El poder de la influencia

El poder de la influencia

Domingo 28 de marzo, 2010

Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu (2 Corintios 3: 18)

UN ASUNTO TAN TRASCENDENTAL como es el plan de salvación, tiene que tener implicaciones profundas en la vida de los que se acogen a él. Como este plan implica una relación personal, es imposible que el ser humano no salga afectado por ella. La relación es con la persona de Cristo. Es imposible que tengamos una relación personal con él, y que no salgamos influidos por lo que él es. Se dice que un pensador griego dijo una vez: «Soy una parte de todos aquellos a quienes he conocido». Tratar con personas nos afecta de una forma u otra. Es una gran verdad que «hay misteriosos vínculos que ligan las almas, de manera que el corazón de uno responde al corazón del otro» (Consejos para maestros, padres y alumnos, p. 211). Una vez que nos hemos relacionado con alguien, ya no seremos los mismos de antes. Se nos dice: «Cada acto de nuestra vida afecta a otros para bien o mal. Nuestra influencia tiende a elevar o a degradar; es sentida por otros, hace que los demás obren impulsados por ella, y en un grado mayor o menor es reproducida por otros» (Consejos sobre la salud, p. 418). Esto que llamamos el poder de la influencia, es especialmente cierto en lo que respecta a nuestra relación con Cristo. Cuando conocemos a Cristo y su esfuerzo salvador, cuando intimamos con él y llega a ser un amigo personal, se convierte en una influencia poderosa en nuestras vidas. Su manera de ser y de pensar nos va a afectar profundamente. Si en verdad lo conocemos, ya no seremos los mismos. Por el hecho de conocer el evangelio de Cristo y aceptar su ofrecimiento, hemos caído bajo la influencia de su vida. Esa vida nos va a cambiar para bien. No puede ser de otra manera. Creer en él nos ha colocado bajo la esfera de su influencia. Por eso vamos a considerar cuáles son las implicaciones que tiene para el ser humano ser objeto de la gracia de Dios. Eso lo consideraremos en los días que siguen. Que el Señor nos permita ser transformados a su image

Entrega constante

Entrega constante

Sábado 27 de marzo, 2010

Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante (Filipenses 3: 13)

EN EL PLAN DE SALVACIÓN no es suficiente que hayamos entregado tan solo una vez nuestra voluntad a Dios. Debemos hacerlo continuamente, como demostración de que nuestra decisión no ha cambiado. Puesto que somos libres para cambiar de opinión y deseo, Dios quiere que cada día le permitamos intervenir en nuestra vida. Haberlo hecho una vez en el pasado, no es ninguna garantía en seres que son libres para pensar y actuar. Muchos cristianos que comenzaron bien la carrera cristiana, después de un tiempo se convierten en personas que se enorgullecen de sus obras buenas y piensan que estas les garantizan la salvación. Hay otros que piensan que deben hacer algo para ganar la salvación, y luchan denodadamente para demostrar a Dios el deseo que tienen de ser salvos. Aun hay otros que luchan por ser buenos, y cuando no lo logran plenamente, se frustran y piensan que la salvación es muy difícil de conseguir, y albergan dudas de si alguna vez podrán estar en el reino de Dios. Cuando recordamos lo maravilloso que es Dios, que ha provisto todo para nuestra salvación, cuando nos esforzamos por entregarle cada día nuestra voluntad, cuando confiamos en que somos sus hijos y nunca nos abandonará, desaparecen las preocupaciones con respecto a la salvación personal. Si la salvación personal descansara en el esfuerzo humano, entonces sí deberíamos preocuparnos. Porque el esfuerzo humano es frágil, somos débiles, nuestra tendencia es mala, nuestra comprensión es limitada. Somos incapaces de hacer el bien consistentemente; y cuando lo hemos hecho, lo saturamos de orgullo y motivos egoístas. Pero gracias a Dios que él ha hecho una provisión amplia, que solo debemos aceptar y ser humildes. No podemos agregarle nada. Se nos recuerda: «Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo hilo de invención humana» (Palabras de vida del gran maestro, p. 253).

¿Cuánto crédito tenemos?

¿Cuánto crédito tenemos?

Viernes 26 de marzo, 2010

Por lo tanto, hermanos, esfuércense más todavía por asegurarse del llamado de Dios, que fue quien los eligió (2 Pedro 1: 10)

RENDIR NUESTRA VOLUNTAD A DIOS y aceptar las provisiones que ha hecho para nuestra salvación, es lo único que nos toca hacer. Esto consiste en darle a Dios permiso para que actúe en nuestra vida. Cuando lo hacemos, él nos llevará paso a paso a la Canaán celestial. Todo el crédito es suyo. El ser humano solo accede. Frecuentemente se levanta la pregunta sobre cuál es el papel de la voluntad humana en el plan de salvación. Citamos comúnmente el refrán popular: «Dios dice: "Ayúdate que yo te ayudaré"». Con esto queremos decir que debemos esforzarnos al máximo para ser salvos; y cuando ya no podamos, entonces Dios viene en nuestra ayuda. Para esta mentalidad, la salvación es algo así como tres cuartos de crédito al ser humano y un cuarto de crédito a Dios. Otros, exagerando una ilustración conocida, dicen que la salvación es como remar un bote de dos remos. En un lado está Dios y en el otro lado el ser humano. Para llegar al puerto de la salvación, tenemos que remar parejo con Dios. Esto parece dar un cincuenta por ciento del mérito a Dios, y el otro cincuenta al hombre. Aunque se le da un poco más de crédito a Dios, todavía es solo la mitad del esfuerzo. Sin embargo, la salvación es, de principio a fin, una obra de la gracia de Dios. No hay nada que podamos hacer para obtenerla solos o asociados. Ni siquiera la fe, que es el brazo del Omnipotente, es creación nuestra. No contribuimos en nada, salvo en nuestra aceptación de las provisiones de la gracia de Dios. Y eso porque somos seres libres y Dios no nos puede llevar al cielo en contra de nuestra voluntad. Se nos dice: «¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de hacer por sí mismo» (Testimonios para los ministros, p. 464)

¿Cuál es el mérito?

¿Cuál es el mérito?

Jueves 25 de marzo, 2010

Y si es por gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería gracia (Romanos 11: 6)

SE HA ESTUDIADO LA DINÁMICA de la justificación, es decir, cómo funciona en la vida práctica el hecho de ser justificados por Dios. Lo hicimos con el propósito de determinar cuál es la parte que los seres humanos deben desempeñar en el proceso. Porque, aunque la justificación se puede dar en un instante, hay un proceso mental que nos lleva a ella. Hemos visto que para alcanzar la justificación debemos tener convicción de pecado. Es decir, reconocer nuestra condición y nuestros actos pecaminosos. Vimos que no podríamos hacerlo si no fuera por el Espíritu Santo, que produce este convencimiento. Consideramos el asunto de la fe, y vimos que es un don de Dios que nos capacita para creer que Jesús nos puede ayudar. También vimos que junto con la convicción de pecado, viene la contrición, que es el dolor que se experimenta cuando nos damos cuenta de que hemos pecado contra Dios, esto también lo produce el Espíritu de Dios en el corazón humano. Luego consideramos que el Espíritu nos lleva al arrepentimiento; y que si no fuera por él, caeríamos en un arrepentimiento falso. Hablamos de la confesión, que es la obra divina que nos ayuda a emanciparnos del pecado y a solucionar el pernicioso complejo de culpa. Finalmente, discurrimos sobre el perdón y lo maravilloso que es tener a un Dios que perdona cualquier pecado, y nos limpia del mal. Allí, sin embargo, reñexionamos sobre el pecado que Dios no puede perdonar, y lo que eso significa en la experiencia humana. Al hacer esta síntesis, nos damos cuenta de que Dios es el que produce todo. Para que el ser humano pudiera ser redimido, Dios tenía que buscarlo; como el hombre no puede volver a Dios por sí solo, el Señor tiene que habilitarlo; como no tenía con qué pagar la deuda, Dios se la perdona. ¿Cuál es, entonces, nuestra responsabilidad? ¿Qué es lo que los seres humanos tenemos que hacer? Hay una sola cosa que tenemos que hacer: Aceptar lo que Dios nos da y rendir nuestra voluntad a él.

El punto de no retorno

El punto de no retorno

Miércoles 24 de marzo, 2010

¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha profanado la sangre del pacto por la cual había sido santificado, y que ha insultado al Espíritu de la gracia? (Hebreos 10:29)

MUCHOS ESTAMOS familiarizados con personas que una vez estuvieron en la iglesia, se apartaron, pero después regresaron al redil. No fue imposible para ellos arrepentirse de su descarrío y volver. Lo que sucede es que en este pasaje se habla de apostatar de Cristo, no de la iglesia o de alguna doctrina. Se refiere a los que dan la espalda a Cristo después de haber sido iluminados. Los individuos que se apartan de una comunidad religiosa o dejan de creer en alguna doctrina o punto de vista teológico, no necesariamente se apartan de Cristo. Puede ser que se cambien de una denominación cristiana a otra, por razones doctrinales o teológicas, pero eso no implica darle la espalda al Salvador. De acuerdo a Pablo, es muy diferente lo que sucedía en tiempos apostólicos. Entonces había muchos judíos que se habían convertido a la fe cristiana, muchos de ellos eran antiguos fariseos o sacerdotes convertidos. Abrazaron la fe cristiana y experimentaron las bendiciones de la nueva era traída por Cristo. Luego vinieron problemas, dificultades y persecuciones a causa de su fe, y algunos se desanimaron de haberse hecho cristianos. Tenían ahora la tentación de volver al judaismo, de donde habían salido. El autor los amonesta a no apostatar de la fe cristiana, porque si lo hacían, nunca volverían a ella. Pareciera que hay un punto en la vida de cada ser humano que lo podríamos llamar «el punto de no retorno». Es una situación en la que no podemos dar marcha atrás. Es algo similar a lo que ocurre con los aviones: cuando van a despegar, llega un momento cuando no pueden abortar el despegue. Se lo considera el punto de no retorno. Del mismo modo, en la vida espiritual del apóstata hay un momento cuando, preso por circunstancias y por el propio pensamiento, no quiere ni puede volver al Cristo que conoció. Esto, también, es el pecado imperdonable.

El arrepentimiento imposible

El arrepentimiento imposible

Martes 23 de marzo, 2010

Cuando la tierra bebe la lluvia que con frecuencia cae sobre ella, y produce una buena cosecha para los que la cultivan, recibe bendición de Dios. En cambio, cuando produce espinos y cardos, no vale nada; está a punto de ser maldecida, y acabará por ser quemada (Hebreos 6: 7, 8)

EL PECADO IMPERDONABLE, también llamado pecado contra el Espíritu Santo, no es una acción contra el Espíritu, sino una serie de acciones que consiste en un rechazo constante del llamado que él hace a la conciencia; como es el desprecio del esfuerzo divino para despertar la conciencia de una persona y llamarla al arrepentimiento, no tiene perdón. Es, en realidad, una ofensa contra Dios, pero que se asocia con su Espíritu, porque es este el que guía y conduce a la salvación. En la Epístola a los Hebreos encontramos que este mismo pecado se menciona de un modo diferente, pero que nos puede ayudar a entender un poco mejor sus implicaciones: «Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado» (Heb. 6: 4-6). Aquí, el autor de Hebreos trata con un pecado del cual no hay arrepentimiento. Es similar al anterior en el sentido que quienes lo experimentan no sienten arrepentimiento. Pero se diferencian en que, en el primero, se rechaza al Espíritu que llama al arrepentimiento; en este se rechaza al Espíritu después de haber sido guiado al arrepentimiento. Es decir, este caso es un asunto de apostasía. La persona fue iluminada por el Espíritu Santo, saboreó el don celestial, fue guiada por el Espíritu de Dios, estudió y experimentó el poder de la Palabra de Dios y gozó los poderes del mundo venidero, pero después se apartó. Al hacer esto, crucificó de nuevo a Cristo, y lo expuso a la vergüenza pública. De acuerdo al texto, es imposible que los tales se arrepientan. Por lo tanto, tampoco hay perdón.

El pecado imperdonable

El pecado imperdonable

Lunes 22 de marzo, 2010

Les aseguro que todos los pecados y blasfemias se les perdonarán a todos por igual, excepto a quien blasfeme contra el Espíritu Santo. Este no tendrá perdón jamás; es culpable de un pecado eterno (Marcos 3: 28, 29)

EN MEDIO DE TODAS ESTAS PROMESAS de perdón y seguridad, resulta incomprensible, por lo menos para algunos, que haya un pecado que Dios no pueda perdonar. El Señor dijo lo siguiente: «Y todo el que pronuncie alguna palabra contra el Hijo del hombre será perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón» (Luc. 12: 10). ¿En qué consiste este pecado contra el Espíritu Santo que no puede ser perdonado por Dios? ¿No puede el Espíritu Santo llevar a una persona al arrepentimiento por haber hablado contra él? ¿Qué implica este pecado que un Dios perdonador no pueda perdonar? El contexto de la declaración del Señor en el Evangelio de Mateo es que los fariseos, que presenciaron la sanidad de un hombre que estaba endemoniado, dijeron que él expulsaba los demonios por el poder del principe de los demonios, no por el Espíritu Santo. Rechazaron la evidencia que se les dio, y rechazaron al Espíritu de Dios que los quería convencer del mesianismo de Jesús. Así que nos damos cuenta de que la blasfemia contra el Espíritu no es un acto pecaminoso, sino una actitud. Las personas, ante la evidencia que el Espíritu da, la rechazan y la atribuyen a Satanás. En eso consiste la blasfemia contra el Espíritu, en rechazar persistentemente el llamado del Espíritu Santo. ¿Puede Dios perdonar eso? No puede. Dios llama, pero no puede forzar a nadie. Dios invita, pero no puede obligar a que se acepte su invitación. Quienes rechacen persistentemente los llamados de la misericordia divina, finalmente se perderán. Dios, el Todopoderoso, ha decidido que no obligará a nadie a hacer algo contra su voluntad. Dios decidió darnos esa libertad, y la respetará hasta el fin.

El perdón

El perdón

Domingo 21 de marzo, 2010

He disipado tus transgresiones como el rocío, y tus pecados como la bruma de la mañana. Vuelve a mí, que te he redimido (Isaías 44:22)

LA CONFESIÓN SINCERA LLEVA FINALMENTE al perdón, que, es sinónimo de justificación. Como resultado de estos pasos anteriores, Dios ha prometido perdonarnos. Es recorfontante y animador saber que cuando vamos a Dios en busca de una solución para nuestro pecado, nos encontramos con un Dios perdonador. Por eso, el salmista se alegraba cuando decía: «Pero en ti se halla perdón» (Sal. 130: 4). No hay nada más devastador para el pecador, que llegar a la conclusión de que su pecado no tiene solución, y que Dios no puede perdonarlo. Si hay algo que resulta claro como el agua cristalina, es que el Dios de la Biblia se complace en el perdón El perdón divino es total y exige pocas condiciones. La Palabra de Dios nos asegura el perdón completo y absoluto de parte de Dios. El Señor usa algunas metáforas y analogías para asegurarnos que él se complace en el perdón de sus hijos. Dice el profeta: «¿Qué Dios hay como tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo?» (Miq. 7: 18). «Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente» (Sal 103: 12). «Yo soy el que por amor a mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más de tus pecados» (Isa. 43: 25). «Vengan, pongamos las cosas en claro —dice el Señor—. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!» (Isa. 1: 18). Por eso, resulta intrigante que haya personas que piensen que Dios no las puede perdonar. Sí, lo que resulta increíble es que Dios perdone todos nuestros pecados, no importando cuáles ni cuántos hayan sido. Alguien podría decir que es demasiado bueno para ser cierto. Pero eso es lo que la Biblia nos dice. A esto fue para lo que vino Jesús. El ángel dijo que le pondrían por nombre Jesús, «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1: 21).

La confesión al prójimo

La confesión al prójimo

Sábado 20 de marzo, 2010

Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad (1 Juan 1: 9).

LA CONFESIÓN DEL PECADO es solo un aspecto del plan de Dios para ayudar a solucionar el pecado y sus consecuencias en la vida humana. Frecuentemente, el pecado no es contra Dios solamente, sino que hay otras personas a quienes nuestras faltas pueden afectar. El plan divino de la confesión requiere, si ha de haber sanidad total, que se haga confesión, no solo a Dios, a quien ofende toda falta, sino también al prójimo. Esta es la razón por la que la Palabra de Dios nos dice: «Por eso, confiésense unos a otros sus pecados [...] para que sean sanados» (Sant. 5: 16). La confesión tiene en sí el poder de restaurar heridas. Es parte del plan divino que los seres humanos arreglen sus problemas unos con otros, a fin de hallar paz con el prójimo y con Dios. A veces es más fácil confesar a Dios nuestros pecados, que pedir perdón a quienes hemos ofendido. Hacer esto requiere humildad y valentía. Por eso, hay personas que evitan el encuentro con su prójimo al ir directamente a Dios. Pero el Señor sabe que eso no nos va a ayudar a solucionar plenamente el problema. Por eso recomendó: «Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcilíate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mat. 5: 23, 24). Dios no puede aceptar la confesión hecha a él si hemos pasado por alto a nuestro prójimo. La confesión tiene otro aspecto difícil que hace que muchas personas la quieran pasar por alto. Cuando la falta es privada, debe confesarse privadamente; pero cuando la falta es pública debe hacerse públicamente. Si hacer una confesión privada requiere humildad y valor, la confesión pública lo requiere en mayor grado. Esta es la razón por la que no escuchamos muchas confesiones públicas.

La confesión

La confesión

Viernes 19 de marzo, 2010

Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón (Proverbios 28: 13)

EL SIGUIENTE PASO EN EL PROCESO de la justificación es la confesión del pecado. Uno se pregunta: ¿Por qué es necesaria la confesión? ¿No sabe Dios todo acerca de mí, que todavía necesito hacer una confesión? Es probable que la confesión haya sido ideada por Dios para darnos sanidad mental y espiritual. El pecado y su convicción producen tal daño en la conciencia humana, que nos destruye interiormente. Dios ideó la confesión como paso fundamental para emanciparnos del complejo de culpa, y capacitarnos para vencer el mal que hay en nosotros. Para que la confesión cumpla estos propósitos, debe ser guiada por el Espíritu de Santo. Porque así como hay una confesión genuina, hay una que es falsa. La confesión arrancada a la fuerza, o la que se hace cuando hemos sido descubiertos y no tenemos otra alternativa, no es la confesión a la que nos guía el Espíritu de Dios. No tiene ningún valor sicoterapéutico, ni produce sanidad espiritual. En el antiguo santuario hebreo aparecen ya los elementos básicos de una confesión genuina. Leemos: «Si alguien resulta culpable de alguna de estas cosas, deberá reconocer que ha pecado y llevarle al Señor en sacrificio expiatorio por la culpa del pecado cometido, una hembra del rebaño, que podrá ser una oveja o una cabra. Así el sacerdote hará expiación por ese pecado» (Lev. 5: 5, 6). La confesión debe ser voluntaria, estar basada en un genuino reconocimiento de culpa, ser específica y aceptar la provisión de expiación hecha. El culpable confesaba su pecado poniendo sus manos sobre la víctima, y luego la degollaba para la expiación de su pecado. Después de esta ceremonia, el oferente regresaba a su casa con una conciencia libre de culpa. La confesión le daba higiene y sanidad mental. Cuando se hace una confesión precisa del pecado, ocurren varias cosas en la mente del individuo involucrado. Tiene que recordar lo que hizo, lo cual lo lleva a recordar hechos y circunstancias. Esto lo capacita para estar alerta la siguiente vez, y lo prepara para vencer.

Arrepentimiento genuino

Arrepentimiento genuino

Jueves 18 de marzo, 2010

Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y limpíame de mi pecado (Salmo 51: 1, 2)

EL HECHO DE QUE DIOS NOS GUÍE al arrepentimiento nos habla de la incapacidad de los seres humanos para regresar a Dios. Por nosotros mismos no somos capaces de producir las condiciones necesarias para arrepentimos. Dios, por su Espíritu, tiene que guiarnos; y si accedemos a esa guía, va a producir en nosotros el arrepentimiento que él quiere. Veíamos anteriormente que hay dos clases de arrepentimiento, el genuino y el falso. Dios quiere guiarnos al arrepentimiento genuino, que es el único que califica para que Dios nos acepte. Como nosotros no podemos arrepentimos por nuestra cuenta, cuando intentamos hacerlo caemos en un falso arrepentimiento, que Dios no aprueba. Eso fue lo que les pasó a algunas personas mencionadas en el relato bíblico. Forzaron un arrepentimiento sin la ayuda de Dios, y cayeron en el falso arrepentimiento. Dios es el único que capacita para el arrepentimiento verdadero. Lo que sucede es que Satanás es el maestro del engaño y la falsificación, y hace creer a ciertas personas que están arrepentidas, cuando no lo están realmente. Ya vimos que el falso arrepentimiento es una tristeza que se enfoca en la pena y el castigo, no en el pecado mismo. Por el contrario, el genuino arrepentimiento produce una tristeza por el pecado cometido, y le pide a Dios un nuevo corazón, es decir, una mente nueva. El ejemplo clásico de un arrepentimiento verdadero lo hayamos en la experiencia del rey David: «Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, solo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable [...]. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu» (Sal. 51: 3, 4, 10, 11). «Efectuar un arrepentimiento como este, está más allá del alcance de nuestro propio poder; se obtiene solamente de Cristo» (E¡ camino a Cristo, p. 23).

Agobio por el pecado

Agobio por el pecado

Miércoles 17 de marzo, 2010


Desde entonces comenzó Jesús a predicar: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca» (Mateo 4: 17)

RESULTA INTERESANTE QUE, desde el punto de vista bíblico, Dios es el que produce el arrepentimiento. Veamos: «Por su poder, Dios lo exaltó como Príncipe y Salvador, para que diera a Israel arrepentimiento y perdón de pecados» (Hech. 5: 31). «Al oír esto, se apaciguaron y alabaron a Dios diciendo: "¡Así que también a los gentiles les ha concedido Dios el arrepentimiento para vida!"» (Hech. 11: 18). Debemos entender el lenguaje bíblico. El hecho de que Dios produzca el arrepentimiento, no quiere decir que él hace que los hombres se arrepientan aun contra su propia voluntad; como si Dios lo forzara. Si así fuera el caso, entonces Dios obligaría a las personas a arrepentirse, lo que evidentemente no es cierto, porque Dios respeta el libre albedrío que nos concedió en la creación. También esto vale para lo opuesto: nadie puede acusar a Dios de parcialidad por no haber provocado el arrepentimiento en su corazón. Lo que la Biblia quiere decir es que Dios guía al arrepentimiento. Notemos: «¿No ves que desprecias las riquezas de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, al no reconocer que su bondad quiere llevarte al arrepentimiento?» (Rom. 2: 4). Dios, en su infinita bondad, quiere guiar a todos al arrepentimiento. Como él no fuerza a los seres humanos, hay muchos que no desean arrepentirse. Dios quisiera que todos se arrepintieran, pero respeta la decisión de cada uno. Es en este contexto que los llamamientos divinos al arrepentimiento tienen razón de ser. Dios invita, pero no fuerza. Después de todo, la salvación es una oferta, no una imposición. Podemos oír su llamado, y aceptar o rechazar su invitación. El agente divino para guiarnos hacia el arrepentimiento es el Espíritu Santo. Es el representante de la divinidad que llama a nuestra conciencia al arrepentimiento. Es extremadamente importante no cerrar nuestra conciencia a su llamado insistente.

Arrepentimiento

Arrepentimiento

Martes 16 de marzo, 2010

Entonces el faraón mandó llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: «Esta vez reconozco mi pecado. El Señor ha actuado con justicia, mientras que yo y mi pueblo hemos actuado mal. No voy a detenerlos más tiempo; voy a dejarlos ir. Pero rueguen por mí al Señor» (Éxodo 9:27, 28).

LA CONTRICIÓN CONDUCE AL ARREPENTIMIENTO. Este dolor y tristeza por haber pecado se hayan tan íntimamente unidos al arrepentimiento, que muchas veces se los considera como parte de él. Pero la palabra arrepentimiento en sí, tanto en su origen hebreo como griego, denota un cambio de rumbo, de actitud, de pensamiento. En la mentalidad hebrea, es cambiar de dirección, en la griega es cambiar de mentalidad. Ambas cosas están relacionadas, pero primero cambiamos de pensamiento, y luego decidimos ir por otro rumbo. Lo importante es que cambiar de opinión afecta las decisiones de la vida. La tristeza y el dolor por el pecado se relacionan estrechamente con el arrepentimiento; y así como hay dos clases de tristeza, hay dos clases de arrepentimiento: el genuino y el falso. La tristeza inducida por el Espíritu de Dios lleva al arrepentimiento genuino, mientras que la inducida por Satanás conduce al falso arrepentimiento. Ambos se parecen tanto, que solo Dios que conoce el corazón y los pensamientos puede saber cuál es cuál. En otras ocasiones, resulta evidente cuál es el genuino y cuál el falso, siguiendo el principio mencionado por el Señor de que por sus frutos los conoceréis. Tal es el caso de faraón en conexión con el éxodo israelita. En el relato bíblico, varias veces se presenta al faraón como una persona arrepentida. Hasta le pidió a Moisés que orara por él y reconoció su pecado de obstinación. Pero después de pensarlo mejor, cambiaba de opinión. Demostraba con ello que su arrepentimiento no era sincero. Sí, parecía que era una persona arrepentida, pero sus acciones posteriores revelaban lo contrario, porque el genuino arrepentimiento implica no solo cambio de parecer, sino también de conducta. Lo mismo sucedió con Balaam y con Judas. Parecían arrepentidos, pero no lo estaban. Satanás es el maestro de la falsificación. Lleva a las personas a creer que están arrepentidos, pero es un arrepentimiento falso de principio a fin.

Tan cerca y tan lejos de la salvación

Tan cerca y tan lejos de la salvación

Lunes 15 de marzo, 2010

Judas Iscariote [...] objetó: «¿Por qué no se vendió este perfume, que vale muchísimo dinero, para dárselo a los pobres?» Dijo esto, no porque se interesara por los pobres sino porque [...] como tenía a su cargo la bolsa del dinero, acostumbraba robarse lo que echaban en ella (Juan 12: 4-6).

DIOS HA PUESTO EN LOS SERES HUMANOS la conciencia moral, cuya violación produce dolor y quebranto interno. Este mecanismo puede ser anulado mediante una racionalización, que hace que el pecado repetido cauterice la conciencia. Las personas que de este modo insensibilizan su conciencia moral, se colocan fuera del alcance de la misericordia divina y cometen lo que se llama el pecado «imperdonable». Pero este no fue el caso de Judas. Él tenía la oportunidad del perdón, como Pedro la tuvo. La diferencia entre uno y otro fue que Pedro se dejó guiar por el Espíritu de Dios, y su dolor y tristeza se enfocaron en la vergüenza de su acto contra su Amigo y Maestro. Judas, en cambio, se dejó llevar por el enemigo de Dios, y en lugar de concentrarse en su acto vergonzoso hacia Jesús, que lo había tratado con amor y simpatía, se concentró en el castigo que podría venirle por tal infamia. Satanás lo engañó una vez más y lo condujo al suicidio. De esta manera, le robó la gracia del perdón que Jesús pudo darle. Por más que generaciones posteriores trataron de reivindicar el carácter de Judas, su traición y suicidio lo hicieron imposible. El Evangelio de Judas, descubierto hace unos veinte años, trató de hacer eso. Dice que Judas debería ser considerado un héroe. Por supuesto, ese evangelio no fue escrito por Judas, sino por alguien que creía que, siendo que su traición obtuvo un buen resultado, no deberíamos pensar mal de él. Los que participaron en el complot contra el Hijo de Dios, y no se arrepintieron, tendrán que recibir el castigo que merecen sus acciones. Judas, lamentablemente, fue uno de ellos. Es triste que Judas, motivado por su egoísmo y avaricia personales, permitiera que Satanás controlara su vida y lo alejara de Jesús. Es el ejemplo clásico de alguien que estuvo tan cerca de la salvación... y la perdió.

El ejemplo más triste

El ejemplo más triste

Domingo 14 de marzo, 2010

Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos. He pecado —les dijo— porque he entregado sangre inocente. ¿Y eso a nosotros qué nos importa? —respondieron—. ¡Allá tú! Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó (Mateo 27: 3-5)

TAL VEZ EL EJEMPLO MÁS TRISTE en todo el Nuevo Testamento es el caso de Judas Iscariote. Hombre talentoso y educado que se unió a Jesús porque estaba convencido de que era el Mesías, y que pronto establecería su reino. Anhelaba el establecimiento del reino de Dios y deseaba que Jesús lo hiciera rápido y a su manera. Con el paso del tiempo, se dio cuenta de que Jesús se demoraba. Luego llegó a la conclusión que era necesario presionar al Maestro para que se viera obligado a actuar con más agresividad. Fue entonces que decidió poner a Jesús en una situación en la que no le quedaría otra opción que actuar. Como sabía del odio criminal de los dirigentes hacia Jesús, fue a ellos para ofrecerles la oportunidad que buscaban: Hallar un lugar solitario dónde aprehender a Jesús. Como también amaba el dinero, no quiso hacerlo gratis. Cobró treinta piezas de plata para entregar a su Maestro. Pensó que sería una ganancia doble, ya que ganaría dinero por algo que los dirigentes judíos nunca podrían hacer, y, por otro lado, obligaría a Jesús a establecer su reino esperado. Pero se asustó cuando vio que Jesús no hizo nada para evitar ser aprehendido. Tampoco hizo nada ante los insultos y las vejaciones. Cuando se dio cuenta de que lo iban a condenar a la pena capital, se llenó de terror y desesperación. Se dio cuenta de que había cometido un error fatal. Bajo la dirección del poder de las tinieblas, que hizo que se enfocara en el castigo, fue llevado a tal grado de dolor y sufrimiento interno, que no pudo hacer otra cosa para hallar descanso que lo que muchos hacen en circunstancias análogas, quitarse la vida. Como dice el apóstol: «La tristeza del mundo produce la muerte» (2 Cor. 7: 10).

Ejemplos de contrición

Ejemplos de contrición

Sábado 13 de marzo, 2010

Por eso los fíeles te invocan en momentos de angustia; caudalosas aguas podrán desbordarse, pero a ellos no los alcanzarán (Salmo 32: 6)

CUANDO LA PERSONA angustiada por su pecado está bajo la influencia divina, descansa en Dios. Cuando está bajo la influencia del poder de las tinieblas, puede descontrolarse y terminar en el suicidio y la muerte. Estos dos casos se ilustran vividamente en las Escrituras. En el primero, tenemos la experiencia por la que pasó el apóstol Pedro. Él amaba entrañablemente a Jesús, y estaba dispuesto aun a entregar su vida por él. Pero como muchas personas en el mundo, no tenía un concepto claro de sí mismo. Creía que se conocía bien, y pensaba que estaría dispuesto a todo para seguir a Jesús. Pero estaba equivocado. Cuando el Señor, tratando de protegerlo, le reveló un aspecto oculto de su personalidad, no lo aceptó. Jesús le dijo: «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo» (Luc. 22: 31). Simón replicó: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo tanto a la cárcel como a la muerte» (vers. 33). Jesús, trató de convencerlo, le contestó: «Pedro, te digo que hoy mismo, antes de que cante el gallo, tres veces negarás que me conoces» (vers. 34). Pero Pedro era porfiado. Lo que no sabía era que, aunque no se intimidaba ante la muerte, le tenía un horrendo miedo al ridículo y al escarnio. Esto lo llevó a negar que conociera a Jesús. Cuando se dio cuenta de quién realmente era, su enorme pecado lo agobió y salió corriendo del lugar. Reflexionó en la ignorancia y terquedad que lo llevaron a cometer tan vil pecado. Pensó en el amor de su Maestro, que trataba de librarlo del mal, y el Espíritu de Dios lo llevó de vuelta a Cristo y a la vida. Así nos sucede a muchos. Necesitamos pasar por una experiencia traumática de dolor y tristeza espirituales para darnos cuenta de lo que somos. Con la ayuda del Espíritu, podemos reencauzar nuestra vida hacia Dios. Como Pedro, algunas veces tenemos que llorar amargamente por haber hecho algo que ofendió al Dios que nos ama. Ese Dios está todavía allí para ayudarnos a hallar descanso.

La contrición

La contrición

Viernes 12 de marzo, 2010

La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte (2 Corintios 7: 10).

EL SIGUIENTE PASO EN LA DINÁMICA de la salvación es lo que los teólogos llaman contrición. Esta se define como el dolor profundo que una persona siente por haber ofendido a Dios. Cuando la fe nos confronta con la persona de un Dios amoroso que quiere ayudarnos a resolver el mal en nosotros, nos sentimos tristes y apenados. Este sentimiento también es producido por el Espíritu de Dios. Es parte del proceso divino para llevarnos a la sanidad espiritual y mental. La Biblia nos dice que hay dos clases de tristeza. La tristeza según Dios nos lleva a la salvación. Hace que nuestro corazón se duela por haber ofendido a un Dios que nos ama y quiere nuestro bien. Así como nos sentimos mal cuando ofendemos a alguien a quien amamos, así nos duele saber que hemos ofendido a Dios que nos ama tanto. Pero la tristeza según el mundo la provoca Satanás. Es el mismo sentimiento que el anterior, pero de signo contrario: no se enfoca en Dios. Se concentra en las consecuencias del mal, con el objeto de traer angustia y desesperación al corazón humano. Hace que las personas desarrollen terror a las consecuencias de su pecado. Dice el apóstol que esta tristeza lleva a la muerte. En efecto, cuando este sentimiento de dolor se descontrola, puede llevar a las personas a la pérdida de la razón y al suicidio. Frecuentemente oímos de personas que se cortan las venas, se suben a puentes o edificios altos, y se lanzan al vacío, toman dosis elevadas de ciertos medicamentos o dirigen su automóvil a un barranco para poner fin a la angustia mental en la que viven. Muchas de esas situaciones son provocadas por un profundo complejo de culpa que Satanás manipula para el perjuicio de las personas. Sin embargo, el Espíritu Santo nos lleva a Cristo, que nos da alivio y descanso.

La fe

La fe

Jueves 11 de marzo, 2010

¡Sí creo! —exclamó de inmediato el padre del muchacho—. ¡Ayúdame en mi poca fe! (Marcos 9: 24)

EL SEGUNDO PASO EN LA DINÁMICA de la salvación, es tener fe en Dios. Como dijimos anteriormente, todos los seres humanos tenemos la capacidad de tener fe (Rom. 12: 3). Nacemos con el don natural de ser capaces de depositar nuestra confianza en algo o en alguien. Dijimos que el reconocimiento de que somos pecadores se basa en la premisa de que creemos en la existencia de un Dios que es justo y que demanda justicia de nosotros. Tenemos, entonces, la opción de depositar nuestra confianza en ese Dios. No somos dejados a la deriva. El Espíritu Santo, que nos dio la convicción de pecado, ahora nos guía a poner nuestra confianza en Dios. Si nos quedáramos solo con la convicción de pecado, entonces corremos un gran riesgo. El enemigo de Dios puede usar esa situación interna nuestra, y exagerarla con la idea de que no hay nada que podamos hacer, a fin de llevarnos a la desesperación y a la ruina. Pero cuando aceptamos la guía divina, esta dirige nuestra confianza hacia Dios, quien sí puede ayudarnos. Así, la fe se fortalece, de modo que aprendemos a tener más y más confianza en Dios, quien tiene la solución para nuestra situación pecaminosa. De ese modo, un don natural como la confianza, se transforma en un don espiritual, que es la fe en Dios. Hay muchos que deciden no creer en Dios (2 Tes. 3: 2). Deciden creer en sí mismos, en algo o en alguien más. Esto es la perversión de la fe. Por esta razón, somos estafados frecuentemente, o nos frustramos, porque ponemos nuestra confianza en alguien que no es fiel. Dios mismo nos guía para que el objeto de nuestra fe sea el correcto. Así que, él no solo es el autor de la fe, en el sentido que nos ha dado una medida de ella a todos, sino que es el consumador de la fe, porque nos ayuda a dirigir correctamente nuestra fe cuando respondemos a la orientación de su Espíritu. Como dijo el apóstol: «Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe» (Heb. 12: 2).

La convicción de pecado

La convicción de pecado

Miércoles 10 de marzo, 2010

Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio (Juan 16: 8)

EN ESTE PUNTO SE DEBE HACER la pregunta: ¿cómo funciona la justificación en la vida práctica? Es evidente que la justificación es un proceso. ¿Cuáles son los pasos de ese proceso? ¿Cómo es que llegamos a estar justificados? ¿Cuál es la parte del hombre, si tiene alguna, en este proceso? Por estas interrogantes, y otras que se suscitan en la vida diaria, es necesario que reflexionemos en la dinámica de la justificación. Como sucede con otros asuntos espirituales, frecuentemente es muy difícil describir los pasos que llevan a una persona a la justificación. Esto es especialmente cierto en lo que se refiere al orden en que las cosas se deben dar. El primer paso para alcanzar la justificación es la convicción de pecado. Esto se refiere al reconocimiento de que uno es pecador. Implica llegar al convencimiento de que somos culpables, y que para salvarnos necesitamos la justicia delante de Dios. Requiere hacer algo parecido a lo que hizo Pedro: «Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: "¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!"» (Luc. 5: 8); o en decir lo que decía el publi-cano de la parábola: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Luc. 18: 13). Actitudes como estas tienen, por lo menos, dos premisas: debe uno entender que el mal existe; también debe uno entender que Dios existe, y tener una comprensión de su carácter justo, santo y amoroso. Dadas estas circunstancias, el Espíritu de Dios guía al ser humano a reconocer su pecado y a buscar a Dios. La única manera en que podemos llegar a la convicción de pecado, es por el Espíritu de Dios que nos guía a esa conclusión. Dejados solos a nuestra comprensión natural del mundo, es muy difícil que concluyamos que somos pecadores y necesitamos ir a Dios. Se nos dice: «Toda convicción de nuestra propia pecaminosidad, es una prueba de que su Espíritu está obrando en nuestro corazón» (El camino a Cristo, p. 24).

En paz con Dios

En paz con Dios

Martes 9 de marzo, 2010

En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5: 1)

CUANDO DIOS, POR UN ACTO DE MISERICORDIA y amor, perdona al pecador, soluciona el pecado en el ser humano, que es un obstáculo para que Dios se reconcilie con él. La justicia y la santidad divinas condenan el pecado. Decíamos que esto es lo que la Biblia llama la ira de Dios. Pero una vez que Dios perdona al hombre, este no está más bajo la condenación divina. Por eso, si somos perdonados, no somos condenados. Si somos justificados, somos absueltos de nuestra culpa. La condenación es contraria a la justificación. El apóstol Pablo lo pone de una manera interesante: «Por tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos. Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos» (Rom. 5: 18, 19). Este es el contraste entre la condenación y la justificación. Si no hay condenación, entonces hay justificación. Una vez que hemos sido justificados por Dios, estamos en paz. Esto significa que Dios ya no nos condena. Esta paz de la que Pablo habla no es primariamente una paz interior, sino la paz que tiene que ver con una relación restaurada. A causa de que Dios ya no nos condena, ni es nuestro enemigo, entonces estamos en paz con él. Ya no estamos bajo condenación, porque hemos sido justificados. Así como el perdón nos lleva a la justificación, del mismo modo la justificación nos conduce a la paz con Dios. Esta paz se obtuvo por lo que Cristo hizo por nosotros. Dice el apóstol que «él es nuestra paz» (Efe. 2: 14). Esta paz que Dios nos da es imposible que no se convierta también en una paz interna, porque tener paz con Dios nos debe traer también paz interior. Del mismo modo, si estamos en paz con él y en paz con nosotros mismos, es muy difícil que no estemos en paz con lo demás.

El perdón y la justificación

El perdón y la justificación

Lunes 8 de marzo, 2010

David dice lo mismo cuando habla de la dicha de aquel a quien Dios le atribuye justicia sin la mediación de las obras: «¡Dichosos aquellos a quienes se les perdonan las transgresiones y se les cubren los pecados! ¡Dichoso aquel cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta!» (Romanos 4: 6-8)

OTRO ASPECTO DE LA JUSTIFICACIÓN es que se vincula con el perdón. Para que Dios pueda declarar justa a una persona, primero tiene que resolver el problema de su pecado. Es allí donde aparece el perdón. Dios perdona al ser humano; y sobre la base de ese perdón, lo declara justo. Ayer leyó acerca de la vindicación. Decíamos que Dios vindica al pecador al declararlo justo. En realidad, Dios vindica al pecador sobre la base del perdón. Pero el perdón ya nos induce a pensar que el pecador no es inocente. Si fuera inocente, no habría necesidad de perdón. Luego, la vindicación no implica que el ser humano no sea culpable. Es vindicado porque Dios se echa la culpa; pero eso lo hace por un acto de misericordia y amor por el pecador. En realidad, el pecador merece su condena. En el concepto bíblico de la justificación, el pecador nunca es inocente. Es vindicado ante la justicia divina, es perdonado, pero es culpable. En la parábola del fariseo y el publicano, el Señor dijo que el publicano ni siquiera levantaba los ojos al cielo, sino que decía: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Luc. 18: 13). Este, dijo Jesús, regresó a su casa justificado. Aceptando el hecho de ser pecador, y pidiendo perdón por sus pecados, fue declarado justo por Dios, y regresó a su casa justificado. Dios lo perdonó por su actitud; y al solucionar su pecado, recibió la justificación divina. Podríamos decir que la justificación está fincada sobre el perdón. De ahí la vinculación estrecha que hay entre el perdón y la justificación. En el proceso de la salvación: Somos justificados porque fuimos perdonados, porque reconocimos nuestros pecados, porque somos pecadores, porque el mal existe, porque Dios hizo un plan para salvarnos del mal.

Dios es justo

Dios es justo

Domingo 7 de marzo, 2010

En el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en jesús (Romanos 3: 26).

EL RECONOCIMIENTO DE QUE LA JUSTIFICACIÓN se da al pecador, es difícil de comprender para algunas personas. Algunos se preguntan: «¿Por qué Dios puede declarar justo al impío y pecador? En nuestro concepto humano de justicia no se supone que el injusto sea declarado inocente, y el inocente sea condenado. ¿Dónde estaría la justicia humana si eso se diera como provisión de ley? ¿Cómo es que Dios, que es justo por excelencia, puede justificar al impío? ¿No protestamos cuando eso ocurre en la justicia humana?» Imaginemos este cuadro: Usted comete un delito y es llevado ante un juez para recibir la condena que merece por su violación de la ley. Cuando el juez va a dictar su sentencia, aparece un amigo suyo que pide al juez que lo condene a él en lugar de a usted. ¿Cree que el juez accedería a su pedido? Por supuesto que no. En la justicia humana, «el que la hace la paga»; no hay provisión para que una persona pueda ser condenada por los delitos de otra. Si eso se da en la justicia humana, que es falible e imperfecta, ¿por qué la justicia divina puede condenar al inocente y justificar al pecador? Lo que pasa es que cuando Dios condenó a Cristo como pecador, se echó la culpa del problema del pecado. La justicia divina no podía pasar por alto el pecado. Así que Dios pagó la pena del pecado, lo que significaba que llevó la culpabilidad. De esa manera, Dios obtuvo el derecho de justificar al pecador. Por eso Pablo dice: «Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios» (2 Cor. 5: 21). ¿No es esto maravilloso?

No hay discriminación

No hay discriminación

Sábado 6 de marzo, 2010

Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo jesús (Gálatas 3: 28)

DE ACUERDO A LA BIBLIA, la justificación tiene como objeto salvar al pecador, no al justo Si alguien se considera justo, se coloca fuera del alcance de la misericordia de Dios. Pero, ¿no es esto discriminatorio? ¿Por qué solo pueden recibir la justificación divina los pecadores y no los que luchan decididamente para ser justos por su propio esfuerzo? El fondo del asunto es que no hay nadie que sea justo o pueda serlo. De acuerdo a Pablo, todos somos pecadores y estamos destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3: 23). Por lo tanto, cuando Dios elaboró el plan de la salvación, lo hizo para todos, sin excepción. Sin embargo, cuando alguien se considera justo delante de Dios, por este mismo hecho se incapacita para recibir la gracia de Dios, pues la única justicia que vale es la que Dios nos da gratuitamente. Es rechazar la gracia inmerecida de Dios y declarar que el sacrificio de Cristo fue vano. De ahí la importancia de reconocer nuestra condición pecaminosa, y de aceptar el hecho de que no podemos ser justos por nuestros propios esfuerzos. Muchas personas tienen la idea de que solo es pecador el que comete pecados muy graves; los pecados pequeños no hacen que una persona sea pecadora. Años atrás comencé a estudiar la Palabra de Dios con una dama que ya había estudiado la Biblia. Cuando llegamos a un punto del estudio, dije, sin mayor reflexión, que nosotros somos pecadores. La señora abrió desmesuradamente los ojos, y me dijo: «Pero yo no soy pecadora». Le pregunté qué quería decir con eso, y me respondió: «Yo no robo ni mato ni adultero; me llevo bien con la gente». Me di cuenta que necesitábamos retroceder en nuestra investigación y abordar el tema del pecado. Si no reconocemos nuestra condición, no vamos a sentir necesidad del evangelio. El evangelio es para los pecadores, los enfermos por el mal, los destituidos de la moral y los parias de la sociedad. Cuando estos reconocen su condición y se aferran a Cristo, el Señor los declara justos por lo que él ya hizo por ellos.

Dios justifica al impío

Dios justifica al impío

Viernes 5 de marzo, 2010

Este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero (1 Timoteo 1: 15).

LA JUSTIFICACIÓN QUE RECIBIMOS POR GRACIA es un don gratuito de parte de Dios, está apoyada y garantizada por lo que Cristo hizo para salvamos. Pero hay preguntas importantes que debemos hacernos y que tienen que ver con el objeto de la justificación. ¿A quién se concede? ¿Quién califica para recibir la justicia de Dios en forma gratuita? Es obvio que no todo el mundo recibe la justificación divina. ¿Hay algún requisito? Esto nos lleva a la sexta característica de la justificación. Lea lo que dice Pablo: «Sin embargo, al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia» (Rom. 4: 5). «Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5: 8). «Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mat. 9: 13). Estos versículos nos enseñan que el plan de la salvación se elaboró para los pecadores. Si una persona no es pecadora, no califica para recibir la justificación gratuita. La razón de esto es obvia. Si alguien se cree justo, no necesita justicia. El justo ya tiene justicia; no hay necesidad de recibirla. Eso pasaba en tiempos de Jesús. Había algunos que se creían justos ante Dios, y que, por lo tanto, no recibieron el don de la justicia divina. El fariseo de la parábola regresó a su casa con su propia justicia, que no valía nada ante Dios. Para que una persona califique a fin de recibir la justicia de Dios por gracia, debe ser pecadora. Solo los pecadores son justificados. Si alguien, siendo pecador, se considera justo, no recibe la justificación, porque ante sus propios ojos es justo, no pecador. El plan de salvación fue ideado para los que se consideran pecadores, no para los que creen que son justos. Ese es el problema de la justicia propia, que no nos permite ver nuestra verdadera condición, lo que nos deja sin la justicia de Dios.

Cristo recibió el cargo

Cristo recibió el cargo

Jueves 4 de marzo, 2010

Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios (2 Corintios 5: 21)

LA QUINTA CARACTERÍSTICA DE LA JUSTIFICACIÓN es que está basada en lo que Cristo hizo. He dicho que la justificación es imputada, es decir, acreditada. Se nos acredita a nuestra cuenta algo que no es nuestro. Este vocablo, dijimos, viene del mundo de los negocios. Siguiendo con esa imagen de las finanzas, diríamos que cuando algo se acredita a alguien tiene que haber un cargo correspondiente, a fin de balancear las cuentas. No sería justo que algo se acreditara a alguien sin que hubiera un cargo al respecto. Diríamos que ha habido una estafa, un mal manejo de las cuentas. A nosotros, de acuerdo a la teología del Nuevo Testamento, se nos acreditó la justicia. Dios nos declaró justos y nos atribuyó justicia. Recibimos un crédito. ¿A quién se le cargó? Para que Dios sea un juez justo, tiene que haber un cargo correspondiente; de otro modo, Dios no sería justo. Decíamos anteriormente que cuando Dios trató con el pecado, no lo hizo con el principio de borrón y cuenta nueva. No le dio una palmadita en el hombro a Adán y le dijo: «No te preocupes, aquí no ha pasado nada». De ninguna manera. De acuerdo a la justicia divina, el pecador debe morir. La Biblia lo dice claro: «Porque la paga del pecado es muerte» (Rom. 6: 23). Pero Dios tuvo compasión de los seres humanos porque el pecado se originó por un engaño. Dios nos dio otra oportunidad, pero para ser justo debía castigar el pecado. El Señor encontró la manera de darnos otra oportunidad sin violar su justicia. Su Hijo sería condenado por el pecado de la humanidad, y moriría en lugar del ser humano. En otras palabras, y siguiendo con la imagen del mundo de los negocios, Cristo recibió el cargo que correspondía a nuestro crédito. A nosotros se nos atribuyó justicia, y a Cristo se le atribuyó el pecado con el castigo consiguiente. Cristo llevó nuestro castigo y sufrió la muerte que nos correspondía sufrir a los seres humanos. Como dice el profeta: «Sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados» (Isa. 53: 5).

Crédito inmerecido

Crédito inmerecido

Miércoles 3 de marzo, 2010

Hemos dicho que a Abraham se le tomó en cuenta la fe como justicia (Romanos 4: 9).

LA CUARTA CARACTERÍSTICA de la justificación es que es imputada. El verbo imputar se usa tradicionalmente para hablar de la concesión de la justicia. Significa atribuir, conceder, acreditar. Tiene que ver con la manera en que recibimos la justificación. Porque podemos hacernos la pregunta: si la justificación es un regalo divino, ¿cómo se nos da? ¿Cómo la recibimos? La respuesta es que la recibimos por imputación; es decir, se nos atribuye, se nos cuenta, se nos acredita. Como decíamos antes, somos declarados justos. Dios nos dice que somos justos, porque nos ha atribuido la justicia. Notemos estas declaraciones interesantes: «Pues, ¿qué dice la Escritura? "Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia"» (Rom. 4: 3). «Ahora bien, cuando alguien trabaja, no se le toma en cuenta el salario como un favor sino como una deuda. Sin embargo, al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia» (vers. 4 y 5). Aquí se expresa la razón por la que se recibe la justicia. Al que tiene fe, esta se le cuenta por justicia. Para que alguien pueda ser declarado justo, necesita tener fe; la fe debe ser dirigida a aquel que se levantó de los muertos: Jesús. Por razón de nuestra fe en Jesucristo, Dios nos declara justos. Esta declaración de justicia se hace sobre la base de que a la persona que tiene fe se le atribuye justicia. A la persona de fe se la considera justa porque se le ha acreditado justicia. No es una ficción legal, como algunos dicen. Es decir, no es que Dios nos considere justos, aunque no seamos justos realmente. Eso no es lo que dice el apóstol. Él dice que Dios nos cuenta, nos atribuye, nos concede la justicia. Claro, se usa una metáfora del mundo financiero: se nos acredita. Es como si alguien deposita en nuestra cuenta bancaria un dinero que no es nuestro, pero que se nos da.

Demasiado bueno para ser cierto

Demasiado bueno para ser cierto

Martes 2 de marzo, 2010

Y si es por gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería gracia (Romanos 11: 6)

EN ESTE MUNDO A NADIE le pagan primero para que trabaje después. Primero trabajamos y después nos pagan. Ningún estudiante recibe un diploma legal de estudios si primero no ha estudiado para ganárselo. Somos condicionados a pensar que si algo es gratis o no requiere esfuerzo, no vale la pena. Cuando algo nos ha costado mucho esfuerzo y trabajo, entonces nos sentimos orgullosos de ello. Este condicionamiento de la cultura moderna para poner en tela de juicio lo que es gratis, hace que algunas personas duden de que la salvación sea realmente gratuita. Cuando leemos en la Palabra de Dios que él nos perdona gratuitamente, que la salvación es por gracia, que es un regalo de Dios, nos parece que es solo una manera de decir las cosas para que entendamos que Dios nos ama, pero que debe haber algo que nosotros tenemos que hacer para ganar la salvación. Allá en el fondo de nuestra mente albergamos la idea de que algo tenemos que hacer para ser dignos de la salvación. Se dice que el director médico de un hospital psiquiátrico de Londres dijo una vez: «Si los pacientes que están aquí creyeran en el perdón, mañana podría enviar a la mitad de ellos a sus casas». Mucha gente cree que Dios no perdona a menos que se haga alguna obra meritoria. Todos los años vemos en alguna parte largas filas de personas que van a pagar una promesa, o hacer algún sacrificio a algún centro religioso, con el propósito de que Dios les conceda alguna petición o sanidad. Están convencidos de que tienen que hacer méritos, para que algún santo patrono o divinidad los escuche. Es que la religión del mérito apela mucho a los seres humanos. No es lo mismo que digamos que nos regalaron algo a que digamos que lo ganamos con nuestro esfuerzo personal. Por eso pensamos que algo tenemos que hacer para tener mérito ante Dios; nos hace sentirnos seguros, porque es nuestro esfuerzo personal.

Es increíble, pero gratis

Es increíble, pero gratis

Lunes 1 de marzo, 2010

¡No puede ser! Más bien, como ellos, creemos que somos salvos por la gracia de nuestro Señor Jesús (Hechos 15: 11)

EN ESTE DÍA LE INVITO a reflexionar en otra característica de la justificación que se menciona frecuentemente en el Nuevo Testamento: La justificación es por gracia. Este, de paso, es otro de los postulados de la Reforma: "Sola gratia", solo por gracia. A esta premisa podríamos llegar por puro razonamiento, si no tuviéramos una declaración bíblica contundente. Si la justificación no se puede obtener por obras meritorias, y si la fe por la que se obtiene no es un mérito, entonces se obtiene gratis. Eso es lo que significa gracia: Algo que se recibe gratis, un don inmerecido que da la misericordia de Dios. Pero hallamos declaraciones categóricas en este respecto. Por ejemplo: «Pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó» (Rom. 3: 24). La gracia es un sinónimo de misericordia. Nos salvó por su misericordia, porque no teniendo ningún mérito propio, nos hallábamos perdidos y sin esperanza. Su don inmerecido de justicia fue concedido por su bondad sin límites. Puesto que no pudimos hacer nada, se nos dio gratis. Pero resulta increíble que este elemento gratuito de la salvación haga tropezar a muchos. Cuando nos dan algo gratis, lo pensamos dos veces. No estamos acostumbrados a que nos den gratis las cosas. Lo que es gratis resulta sospechoso en nuestra cultura moderna. ¿Qué pensaría si recibiera una carta o una llamada telefónica donde le dicen que se ha ganado una casa gratis? ¿Lo creería? Muy a pesar de los sorteos radiofónicos y televisivos, estoy seguro que lo pensaría dos veces, y haría averiguaciones antes de creerlo. Las cosas gratis no son creíbles. Como dice el refrán popular: «No hay nada gratis en esta vida; si hay algo, ponió bajo sospecha». Por esta razón, cuando se nos dice que la salvación es gratis, nos cuesta trabajo aceptarlo. No debiéramos tener duda, porque el que lo dice es Dios. Y él no miente ni estafa.

Matutina para Jóvenes en Audio

Matutina en Audio

Matutina para Damas en Audio

Iglesia Adventista del 7º Día

Iglesia Adventista del 7º Día
Un Pueblo Con Una Esperanza