No hay discriminación

No hay discriminación

Sábado 6 de marzo, 2010

Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo jesús (Gálatas 3: 28)

DE ACUERDO A LA BIBLIA, la justificación tiene como objeto salvar al pecador, no al justo Si alguien se considera justo, se coloca fuera del alcance de la misericordia de Dios. Pero, ¿no es esto discriminatorio? ¿Por qué solo pueden recibir la justificación divina los pecadores y no los que luchan decididamente para ser justos por su propio esfuerzo? El fondo del asunto es que no hay nadie que sea justo o pueda serlo. De acuerdo a Pablo, todos somos pecadores y estamos destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3: 23). Por lo tanto, cuando Dios elaboró el plan de la salvación, lo hizo para todos, sin excepción. Sin embargo, cuando alguien se considera justo delante de Dios, por este mismo hecho se incapacita para recibir la gracia de Dios, pues la única justicia que vale es la que Dios nos da gratuitamente. Es rechazar la gracia inmerecida de Dios y declarar que el sacrificio de Cristo fue vano. De ahí la importancia de reconocer nuestra condición pecaminosa, y de aceptar el hecho de que no podemos ser justos por nuestros propios esfuerzos. Muchas personas tienen la idea de que solo es pecador el que comete pecados muy graves; los pecados pequeños no hacen que una persona sea pecadora. Años atrás comencé a estudiar la Palabra de Dios con una dama que ya había estudiado la Biblia. Cuando llegamos a un punto del estudio, dije, sin mayor reflexión, que nosotros somos pecadores. La señora abrió desmesuradamente los ojos, y me dijo: «Pero yo no soy pecadora». Le pregunté qué quería decir con eso, y me respondió: «Yo no robo ni mato ni adultero; me llevo bien con la gente». Me di cuenta que necesitábamos retroceder en nuestra investigación y abordar el tema del pecado. Si no reconocemos nuestra condición, no vamos a sentir necesidad del evangelio. El evangelio es para los pecadores, los enfermos por el mal, los destituidos de la moral y los parias de la sociedad. Cuando estos reconocen su condición y se aferran a Cristo, el Señor los declara justos por lo que él ya hizo por ellos.

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