La certeza de la vida

La certeza de la vida

Lunes 26 de abril, 2010


El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.

OTRA DE LAS CONSECUENCIAS DE HABER sido justificados por la fe es que tenemos la seguridad de la vida eterna. Pablo nos dice: ¨Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna¨(Rom. 6:22). La vida eterna es el propósito último de la justificación, ya que nos brinda lo oportunidad de convivir con Dios. Así que no solo no tenemos miedo a lamuerte, sino que tenemos la certeza de la vida eterna. Vida que se mide al lado de Jesucristo. El hijo de Dios tiene tal certeza de obtener la vida eterna, que en labios del Señor, se empieza a vivir aquí y ahora. Notemos sus palabras: ¨Ciertamente les aseguro que el que cree tiene vida eterna¨ (Juan 6:47). ¨Entonces Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera;y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás¨(Juan 11:25,26). El apostol Juan tenía ese convencimiento: ¨Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el *Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida¨ (Juan 20:31). ¨Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna¨ (1 Juan 5:13). Por cierto la vida que Cristo nos da, comienza en el momento de aceptarlo, aquí, ahora. La resurrección garantizará esta vida por la eternidad. Cuando una persona acepta a Cristo como salvador personal, empieza a gozar por anticipado la vida futura, porque es Dios que la promete, y él no miente. Por lo tanto, hay seguridad y confianza. El cristiano empieza a saborear la vida eterna desde ahora, mientras vive en este mundo. La garantía viene a través de su fe en Cristo.


Libres del temor a la muerte

Libres del temor a la muerte

Domingo 25 de abril, 2010


Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—,y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida. (Hebreos 2:14,15)

OTRO DE LOS TEMORES QUE EL MENSAJE de la justificación por la fe elimina de la vida del creyente, es el temor a la muerte. Los seres humanos instintivamente le tenemos temor a la muerte. Por más que se hallan inventado teorías sobre el estado de los muertos, a nadie le gusta morir. Quisieramos vivir para siempre. Salvo los que se encuentran en tal grado de sufrimiento que prefieren morir, normalmente el ser humano prefiere vivir. La biblia enseña que la muerte es el resultado del pecado. San Pablo dice: ¨Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la *humanidad, porque todos pecaron¨ (Rom 5:12). Como seres pecadores cosechamos la muerte. El pecado tiene su propio castigo: La separación de Dios, que es la aniquilación. El Señor es la norma del universo, la norma del orden. Lo que está contra Dios introduce desorden y caos. Donde reina el pecado reina la confusión. Estas cosas no pueden existir para siempre delante de él, es decir no pueden coexistir con Dios, porque es Todopoderoso y tiende a destruir lo que se le opone. El pecado, que es oposición a Dios, tiene asegurado su fin. Cuando el pecado termine, acabará la muerte. Cunado Dios justifica al pecador, soluciona el problema del pecado en la vida humana, y no estamos más en oposición a Dios. Estamos en armonía con él. Por lo tanto no cosechamos la muerte sino la vida. Por su muerte, Cristo ganó el derecho de dar vida a sus seguidores. Al estar con Cristo, no tenemos miedo a morir, porque con Cristo no hay muerte, sino vida.


¿Temor del juicio?

¿Temor del juicio?

Sábado 24 de abril, 2010


Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida (Juan 5:24)

LA ESCENA BIBLICA DEL JUICIO PUEDE atemorizar al alma más confiada. Pero a esa escena le hemos agregado otros detalles e interrogantes que lo hacen todavía más preocupante. A nuestros niños en nuestra iglesia o en sus casas, para persuadirlos a que sean obedientes les decimos: { acuérdense de que los ángeles que nos ven, ellos anotan todo lo que hacemos. Recuerden que vamos a presentarnos en el juicio ante Dios}. Algunos pastores desde el púlpito le recuerdan a los hermanos que el juicio investigador está en proceso en el cielo, que nuestros nombres pueden pasar en un momento a otro, y cuando tal cosa ocurra, deducen, la puerta de la gracia se cerrará. ¿No deberíamos estar vigilantes cada momento? Otros lo hacen más dramático aun: {supongamos, dicen, que usted va manejando por la carretera y le viene un mal pensamiento, y en ese instante tiene un accidente fatal, ¿podrá salir librado en el día del juicio investigador?} Cuando entendemos el juicio en forma debida nos damos cuenta que tiene la finalidad de revelar quienes son hijos de Dios y quiénes no. Los registros se llevan para demostrar ante el universo por qué Dios salva a unos y rechaza a otros. Así que los hijos de Dios comparecen ante el juicio para ser vindicados, mientras que los demás aparecen para ser condenados. Entonces, el juicio será un motivo de alegría para los que son miembros del pueblo de Dios, y un motivo de tristeza para los que no lo son. Por esta razón si estamos del lado de Cristo no debemos temor el juicio; al contrario, desearemos que llegue. Los que sí tienen razón para temer el juicio son los que han rechado la gracia de Dios revelada en Cristo. La pregunta importa es: ¿Estás hoy del lado de Cristo?


Temor al juicio

Temor al juicio

Viernes 23 de abril, 2010


Al iniciarse el juicio,
los libros fueron abiertos (Daniel 7:10)

EL MENSAJE DE LA JUSTIFICACION POR LA FE nos ayuda a enfrentar dos conceptos que pueden causar temor y aprensión en la vida del cristiano. El primero es el asunto del juicio final. A todos nos conmueve la idea de tener que estar en un juicio donde seremos juzgados por Dios. El concepto de un juicio final tiene la posibilidad de llenarrnos de temor si no lo entendemos correctamente. El mensaje de la justificación por la fe tiene la virtud de ponerlo en la perspectiva correcta. La idea bíblica es que todos compareceremos ante el tribunal de Dios algún día, para dar cuenta de lo que hicimos y seremos juzgados de acuerdo a nuestros hechos¨Porque Dios «pagará a cada uno según lo que merezcan sus obras»¨ (Rom 2:6). También nuestras palabras serán objeto del juicio de Dios. Nuestro Señor dijo: ¨Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado. Porque por tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenarᨠ(Mateo 12:36 y 37). Pero no solo vamos a enfrentar nuestras acciones y palabras, sino también nustros motivos secretos: ¨Así sucederá el día en que, por medio de Jesucristo, Dios juzgará los secretos de toda persona, como lo declara mi evangelio¨(Rom 2:16). Nadie escapará de los juicios de Dios: ¨ ¡Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios!¨(Rom 14:10). El juicio del Señor, sin embargo, será justo: ¨Él ha fijado un día en que juzgará al mundo con justicia, por medio del hombre que ha designado¨(Hechos 17:31). Sin embargo, esta descripción bíblica del juicio de Dios, tiene la capacidad de atemorizar a cualquiera. Todos sentimos temor ante el juicio de Dios porque reconocemos que tenemos faltas y errores, y que hemos pecado contra Dios. Todos somos conscientes de nuestras debilidades y nuestros motivos ocultos. Todos tenemos temor: ¨Cada cual tiene un alma que salvar o que perder. Todos tienen una causa pendiente ante el tribunal de Dios. Cada cual deberá encontrarse cara a cara con el gran Juez¨(Cristo en su santuario, p.136).


Cobertura Completa

Cobertura Completa

Jueves 22 de abril, 2010


¿Dónde, pues, está la *jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál principio? ¿Por el de la observancia de la ley? No, sino por el de la fe (Rom 3:27)

EL MENSAJE DE LA JUSTIDICACION POR LA FE nos salva del perfeccionismo porque nos enseña que debemos confiar en Dios y no colocar nuestra confianza en lo que podemos hacer. Nos dice que nuestra justicia procede de Dios y que no es obra nuestra. Que cuando comenzamos la carrera cristiana, Dios nos declara justos por lo que Cristo hizo, no por ningún logro nuestro. El Señor no nos condena como pecadores, porque condenó a Jesús como pecador en nuestro lugar. Que ya no ve nuestro pecado sino la justicia de Cristo. La justificación por la fe nos dice que, ciertamente, para ser salvos debemos estar libres de pecado, debemos ser perfectos para estar en la presencia de Dios, pero esa perfección se alcanza solamente a través de los méritos de Cristo, quien fue perfecto a delante de Dios. La justificación por la fe nos dice que, ciertamente para estar en la presencia de Dios, debemos ser santos y limpios de corazón, pero que la única manera de serlo es a través de Jesús, quien fue santo y limpio. El mensaje de la justificación por la fe nos dice que no es suficiente haberle entregado la vida a Cristo una vez. Puesto que tenemos una naturaleza corrupta y contaminada por el mal, debemos depender constantemente de Cristo, pues somos débiles y necesitamos cada día su poder y fuerza. Que lo único que nos da seguridad es estar del lado de Cristo, y esto es una decisión que tenemos que hacer cada día. Reflexionemos: ¨¿Qué es la justificación por la fe? es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de hacer por si mismo¨ (Testimonios para los Ministros, p.464).


No hay excusa

No hay excusa

Miércoles 21 de abril, 2010


Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas (Rom 2:1)

EL PROBLEMA DEL PERFECCIONISMO es que pretende que los seres humanos, puedan llegar a ser excelentes en este mundo, y hacen de esa posible perfección, el requerimiento para entrar en el reino de Dios. Luego el perfeccionista se convierte en juez de las personas que luchan y no obtienen la victoria. Dice: ¨el fracaso es el resultado de ser infiel a Dios¨. Esto trae frustración y desencanto al corazón de los sinceros cristianos, que luchan sin poder llegar al sentimiento de haberlo alcanzado. Les roba la paz en Cristo, la felicidad y el gozo de vivir. A la postre los convierte a una religión basada en el mérito, que sí es bancarrota espiritual. Por otro lado, rechazar el perfeccionismo no debe ser excusa para vivir en pecado. No es correcto decir: ¨Hagamos esto, al fin y al cabo, perfecto no hay nadie en el mundo¨. O decir: ¨Cometí este pecado, pero bueno, es que somos pecadores¨. Esgrimir nuestra condición caida para excusar el pecado es tan equivocado como el mismo perfeccionismo. Se nos dice: ¨Cristo ha dado su Espíritu como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias o cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia¨ (Deseado de todas las Gentes, p.625). No hay excusa para pecar porque tenemos un poder infinito que está de nuestro lado. Pero mientras vivamos en este mundo de pecado, no podemos decir que ya hemos logrado vencer el mal. El que lo diga está engañado, y es un engañador. Notemos estas palabras: ¨No podemos decir: [yo no tengo pecado], hasta que este cuerpo vil sea cambiado y transformado a la semejanza de su cuerpo divino¨ (A fin de Conocerle, p.360). ¨Cuando termine el conflicto de la vida, cuando la armadura sea colocada a los pies de Jesús, cuando los santos de Dios sean glorificados, entonces, y solo entonces, será seguro afirmar que somos salvos y sin pecado¨ (Mensajes Selectos, t.3, p 406).


El segundo Adán

El segundo Adán

Martes 20 de abril, 2010


Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir ( 1 Cor 15:22)

LA ESCRITURA DICE CON TODA CLARIDAD que Cristo no tenía pecado y que vivió sin pecado. Fue perfecto delante de Dios: ¨Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador¨ (2 Cor 5:21). ¨Nos convenía tener un sumo sacerdote así: santo, irreprochable, puro, apartado de los pecadores y exaltado sobre los cielos¨ (Heb 7:26). Se nos dice: ¨El Señor Jesús asumió la forma del hombre pecador, y revistió su divinidad con humanidad. Pero era santo, tal como Dios es santo. Si no hubiera sido sin mancha de pecado, no podría haber sido el salvador de la humanidad¨ (Cada día con Dios, 14 de diciembre). Por otro lado cuando Adán fue creado era perfecto e inmaculado. De él se dijo que fue creado a semejanza de Dios (Gen 1:26). Pero ya sabemos la triste historia de la humanidad. La raza humna llegó a tener una naturaleza corrompida por causa del pecado. Una inclinación hacia el mal que se transmite por las leyes de la herencia. Cuando Jesús se encarnó asumió las desventajas físicas de los descendientes de Adán, pero no su conciencia moral pecaminosa. La conciencia moral de Jesús no estaba contaminada por el mal. Eso quiere decir que Jesús no vino a ocupar nuestro lugar en lo que se refiere a naturaleza, sino a ocupar el lugar de Adán. Por lo tanto, Jesús no es nuestro ejemplo en cuanto a naturaleza moral. Nosotros no podemos ser sin pecado, porque ya tenemos una naturaleza que no podemos cambiar. Jesús es nuestro ideal de fidelidad. Dios nos ha dado su Espíritu para vencer el mal en nuestras vidas, pero esto es un proceso lento que no terminará hasta que estemos en el reino de Dios, cuando a través de la resurrección, el Señor desarraigue nuestra inclinación al mal para siempre. Mientras tanto tenemos que luchar con el mal en nuestra naturaleza, y aprender a depender de El en cada paso del camino.


Frustración o Racionalización

Frustración o Racionalización

Lunes 19 de abril, 2010


Ya no hablaré más con ustedes, porque viene el príncipe de este mundo. Él no tiene ningún dominio sobre mí (Jn 14:30).

EL PERFECCIONISMO DICE QUE ASI COMO CRISTO vivió un avida sin pecado, nosotros también debemos vivir así; y si no lo hacemos, no podremos entrar en el reino de los cielos. Al hacer esto, coloca sobre los seres humanos una carga que nadie ha podido llevar. El resultado es la frustración y el desencanto, por un lado, o la tergiversación y el autoengaño, por el otro. Los que aceptan el perfeccionismo, tratan de ser superiores y luchan a brazo partido para vivir sin tacha solo para darse cuenta que no pueden. Presa por la frustración y el desencanto por no alcanzar la norma que desean y juzgan necesaria, caen en la desesperación, y concluyen que se van a perder, que no podrán ser salvos. La vida cristiana se torna, entonces, en amargura e infelicidad. Otros, que son frágiles mentalmente como para soportar tal grado de frustración, se autoengañan y concluyen que ya han alcanzado la perfección y santidad. Creen que viven por encima de otros en este mundo, y aun sus actos, abiertamente pecaminosos, son racionalizados como actos de santidad. Las tragedias producidas por sectas como la de Davis Koresh, en nuestros tiempos y otras, como los de la ¨carne santificada¨, de tiempos de Elena G de White, nos hablan tristemente de esta actitud. Hay perfeccionistas que tergiversan la naturaleza humana de Jesús: Piensan que tenía propensión al pecado, lo que implica, teologicamente, que adoptó una naturaleza humana contamida por el mal. Deducen que Jesús es nuestro modelo porque no cometió pecado a pesar de su inclinación. Así también nosotros, seres caidos y propensos al mal, podemos alcanzar la victoria sobre el pecado y vivir sin pecar. Si Jesús lo hizo, nosotros también podemos, y esto se convierte en una condición para entrar en el reino de los cielos. ¿Es bíblica esta idea?. La analizaré mañana con más detenimiento.



Cristo: ¿Nuestro modelo en todo?

Cristo: ¿Nuestro modelo en todo?

Domingo 18 de abril, 2010


Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado (Hebreos 4: 15).

OTRA DE LAS PRETENSIONES DEL PERFECCIONISMO es que a causa de que Cristo vivió una vida perfecta y sin pecado, nos vino a enseñar que podemos y debemos vivir de la misma manera si queremos entrar en el reino de Dios. De hecho, de acuerdo al perfeccionismo, solo los que sean perfectos y se mantengan incontaminados como Cristo, podrán ser salvos en el día final. La realidad es que, aun cuando viviéramos sin cometer ningún pecado, cosa que nadie ha logrado, por el hecho de tener tendencias hacia el mal y una naturaleza corrupta, ya somos pecadores, y estamos necesitados de la gracia de Dios. No hay nadie que no sea pecador. El que pretenda lo contrario, se engaña a sí mismo y declara que Dios es mentiroso, ya que él ha dicho que todos somos pecadores (1 Juan 1: 8, 10). También estaríamos fuera de la gracia de Dios, porque Dios vino a buscar a los pecadores (Luc. 19: 10), y es a los pecadores a quienes se les atribuye justicia (Rom. 4: 5). Es verdad que Cristo es nuestro ejemplo a seguir, como dice Pedro: «Para esto fueron llamados, porque Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos» (1 Ped. 2: 21), pero el texto se refiere a soportar el sufrimiento con paciencia. También Cristo nos dejó un ejemplo a seguir en lo que se refiere a la humildad: «Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes» (Juan 13: 15). En general, podríamos decir que Jesús fue un ejemplo a seguir en el carácter y la vida. Pero, ciertamente, no fue nuestro ejemplo, ni pretendió serlo, en lo que se refiere a su naturaleza. Él tenía una naturaleza humana no contaminada por el mal, nosotros tenemos una naturaleza humana con tendencias hacia el mal. El Señor no vino a decirnos que debemos ser sin pecado como él lo fue, porque no podemos serlo. Vino a rescatarnos del mal en el que caímos.

Justicia y perfeccionismo

Justicia y perfeccionismo

Sábado 17 de abril, 2010


No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí (Filipenses 3: 12)

OTRA IMPLICACIÓN QUE TIENE EL MENSAJE de la justificación por la fe es que nos protege del perfeccionismo. ¿Qué es el perfeccionismo? Es la doctrina que enseña que el ser humano tiene que ser perfecto si quiere entrar en el reino de Dios. El perfeccionismo ha sido un problema para la fe cristiana a través de los siglos. Durante los primeros siglos del cristianismo hubo grupos de cristianos que se retiraban a lugares desérticos y apartados, con el propósito de evitar la contaminación del mundo. Allí construyeron conventos donde practicaban ayunos rigurosos para mortificar las inclinaciones del cuerpo. Tenían la reputación de ser santos, y buscaban la perfección para ser dignos de entrar en el cielo. También en las filas adventistas se ha asomado el perfeccionismo, han surgido grupos que enseñan que es necesario vivir sin pecado en este mundo para poder aspirar al cielo. Pretenden apoyarse en las Esenturas y en el ejemplo personal de Jesús. Nos recuerdan que sin «la santidad [...] nadie verá al Señor» (Heb. 12: 14). Citan las palabras del Señor: «Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto» (Mat. 5: 48). Y también las palabras de Elena G. White: «Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos» (Palabras de vida del gran Maestro, p. 47). Se olvidan que la santidad bíblica y la perfección no significa perfección absoluta, sino madurez cristiana; y que el carácter de Cristo que se requiere, es su bondad hacia el necesitado y doliente. El perfeccionismo no está acreditado en la experiencia cristiana ni aprobado en las Escrituras. Ningún cristiano, apóstol o discípulo pretendió alguna vez ser perfecto, excepto Jesús de Nazaret. Si el perfeccionismo fuera correcto, nadie entraría en el reino de Dios, históricamente hablando. El perfeccionismo es un engaño de Satanás. El mensaje de la justicia de Cristo nos protege de caer en ese engaño, porque es la justicia de Cristo la que tenemos y recibimos, no la justicia que nosotros podamos lograr por nuestro esfuerzo personal.

La facultad de decidir

La facultad de decidir

Viernes 16 de abril, 2010


Pero si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir [...]. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor (Josué 24: 15)

MUCHOS SE PREGUNTAN, SI DIOS es Todopoderoso e infinitamente sabio, ¿por qué hay personas que se apartan de él? ¿Por qué Dios pierde en la lucha por el corazón de tanta gente que le da la espalda? ¿Por qué hay tantas personas que no quieren saber nada de Dios? ¿Por qué Dios no usa su poder y sabiduría para ganarlas? Si nadie puede arrebatarle las ovejas a Cristo, ¿por qué Judas se perdió? Una cosa debemos recordar con claridad: Todo el poder del universo se vuelve impotente ante la negativa de seguir a Dios. El Creador le dio a los seres humanos un don precioso: El libre albedrío, que nos hace ser semejantes a él. Dios se comprometió a no violar esa libertad de elegir y escoger. Por eso no fuerza la voluntad ni obliga a las personas a seguirle. El Señor invita, llama, suplica, pero hasta allí. Cuando el ser humano rehusa aceptar el llamado de Dios, cae bajo el poder del reino de las tinieblas, y él no se opone a la voluntad de las personas. Es increíble, pero el poder más grande del universo se vuelve impotente ante el don de la libertad. Eso no significa que Dios pierda su poder o hegemonía, sino que acepta la decisión personal y no manipula la conciencia humana. Después de todo, en su reino entrarán solo los que quieran. En este mundo tenemos la opción de elegir entre el bien y el mal, entre seguir a Dios o seguir a Satanás. Lo más maravilloso es que una vez que optamos por seguir al Creador, todo el poder del universo está de nuestro lado, y nadie nos puede arrebatar de las manos de Dios. Nuestra preocupación debiera ser una sola: Procurar estar del lado del Señor. Si eso lo resolvemos cada día, no tenemos que tener dudas ni incertidumbre acerca de nuestro futuro. Estaremos seguros en las manos de Dios.

En manos seguras

En manos seguras

Jueves 15 de abril, 2010


Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús (Romanos 8: 1)

LA SEGURIDAD DEL CRISTIANO ESTÁ ANCLADA en la idea de que si estamos con Dios, nada nos puede arrebatar de su presencia. Nuestro Señor tenía esta seguridad, y la expresó en las siguientes palabras: «Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar» (Juan 10: 27-29). Jesús estaba convencido de que nadie podía arrebatarle sus ovejas. La razón de su convencimiento descansaba en la confianza en el poder de Dios, que es el más grande del universo. Si nosotros pensáramos de la misma manera, tendríamos la misma seguridad que Cristo. A Dios nadie puede quitarle sus ovejas, porque es el Todopoderoso. A veces pensamos en el gran poder de Satanás, que no deja que le arrebaten a sus seguidores. Lucha a muerte para retener a los suyos. Nos maravillamos del poder de las tinieblas para cautivar la mente de los seres humanos, y retenerlos a la fuerza. ¡Imagínense ustedes cómo luchará Dios por sus hijos! ¡Y nadie es más sabio y poderoso que él! ¿No debiéramos sentimos seguros y confiados, ya que nuestro Padre es el Rey del universo? Esta misma confianza y seguridad, la tenía el apóstol Pablo: «Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida [... ] podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor» (Rom. 8: 38, 39). Reflexionemos en esta declaración: «No debemos hacer de nuestro yo el centro de nuestros pensamientos, ni alimentar ansiedad ni temor acerca de si seremos salvos o no. Todo esto es lo que desvía el alma de la Fuente de nuestra fortaleza. Encomendad vuestra alma al cuidado de Dios y confiad en él [...]. Desterrad toda duda; disipad vuestros temores. Reposad en Dios. Él puede guardar lo que le habéis confiado. Si os ponéis en sus manos, él os hará más que vencedores por aquel que nos amó» (Eí camino a Cñsto, pp. 71, 72).

La salvación no es fácil

La salvación no es fácil

Miércoles 14 de abril, 2010


Si el justo a duras penas se salva, ¿qué será del impío y del pecador? (1 Pedro 4: 18)

LA SEGURIDAD CRISTIANA es uno de los resultados de la justificación. Cuando hemos entrado en una relación de fe con Cristo, nos imparte seguridad y confianza. Esta seguridad no depende de nosotros, sino de nuestra relación con él. No solo tenemos paz, sino también la seguridad de que él nos guardará hasta el fin. Pero por alguna razón perdemos esa confianza, y recurrimos a excusas y razones para justificar esa actitud. Una de ellas es buscar apoyo en ciertos pasajes bíblicos. De este modo crece nuestra inseguridad, y nuestra vida cristiana no es tan feliz como debiera ser. Un pasaje, que algunos usan para alimentar esa inseguridad, es la declaración de Pedro que leyó anteriormente. Algunos ven en este texto, como en otros, que la salvación es muy difícil; que si nos salvamos, va a ser con mucho trabajo. Hay quienes se desalientan, al pensar que si llegan a salvarse es por un verdadero milagro. Lo que el apóstol hace, es contrastar la vida del impío y la del justo. Su intención es enfatizar que los impíos serán ciertamente juzgados y castigados. De ninguna manera nuestra salvación es un asunto fácil. No solo ha requerido un gran sacrificio del cielo, sino que se alcanza por el poder del Espíritu de Dios, que actúa en la vida de las personas. Pero eso tampoco debería alimentar la inseguridad en nuestra salvación presente o futura. Al contrario, debe damos seguridad; porque si las fuerzas celestiales están comprometidas en el conflicto, y nosotros estamos de su lado, no hay nada que temer. Meditemos en estas palabras: «Necesitamos cultivar diariamente la fe en un Salvador actual. Al confiar en un poder exterior y que está por encima de nosotros mismos, al ejercer fe en un apoyo y un poder invisibles, que aguarda las demandas del necesitado y dependiente, podemos confiar tanto en medio de las nubes como a plena luz del sol, mientras cantamos por la liberación y el gozo de su amor que podemos experimentar ahora mismo» (Cada día con Dios, p. 62).

Con Dios estamos seguros

Con Dios estamos seguros

Martes 13 de abril, 2010


Manténganse alerta; permanezcan firmes en la fe; sean valientes y fuertes (1 Corintios 16: 13)

EL APÓSTOL PABLO ESCRIBIÓ UN PASAJE que algunos no han entendido, y en consecuencia, los ha llevado a vivir en un estado de inseguridad espiritual. Dice así: «Por lo tanto, si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer» (1 Cor. 10:12). Algunos han deducido de este pasaje que nuestra vida espiritual es tan insegura que podemos caer en cualquier momento, y por lo tanto, debemos vivir en constante estado de alerta. Aunque la vigilancia espiritual tiene su validez en la vida cristiana, no debemos caer en esos extremos. El apóstol hablaba de los murmuradores del tiempo del éxodo, que por no tener fe en Dios quedaron tendidos en el desierto. Confiaron en ellos mismos, y Satanás los engañó. Pablo decía que, a fin de estar seguros, no debemos poner la confianza en la fuerza humana, sino en Dios, quien nos puede ayudar a estar firmes. Debiéramos leer el siguiente versículo donde el apóstol dice: «Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir» (vers. 13). Con Dios hay seguridad. Cuando ponemos la confianza en el brazo humano somos débiles, y podemos caer. Como hemos dicho anteriormente, la naturaleza humana es débil y frágil; estamos demasiado afectados por el mal y las inclinaciones pecaminosas. Nunca es seguro tener confianza propia en lo que se refiere a la lucha contra el mal. Por eso decía el apóstol: «Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor. 12: 10). La confianza y fe en Dios nos da fortaleza. Por eso Pablo añadía: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4: 13). Meditemos en estas palabras: «En nuestra propia fortaleza somos completamente débiles, pero cuando ponemos toda nuestra confianza en Jesús somos guardados por su poder, porque es plenamente capaz de guardar a toda alma en él» (Alza tus ojos, p. 17).

Confianza en la tormenta

Confianza en la tormenta

Lunes 12 de abril, 2010


En seguida Jesús le tendió la mano y, sujetándolo, lo reprendió: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?» (Mateo 14: 31)

LA PALABRA DE DIOS NO DEBE ALIMENTAR nuestra inseguridad. Algunos se sienten inseguros cuando leen las declaraciones que se refieren a los peligros de los últimos días; en forma particular, la declaración del Señor en su sermón profético: «Porque surgirán falsos Cristos y falsos profetas que harán grandes señales y milagros para engañar, de ser posible, aun a los elegidos» (Mat. 24: 24). Algunas personas se concentran tanto en los problemas de los últimos días, que se olvidan del poder protector de Dios. Piensan que habrá engaños tan poderosos y sutiles que difícilmente podrán resistir. Pasan por alto el hecho de que Jesús dijo: «De ser posible». Esto quiere decir que es imposible que los hijos de Dios sean engañados. Debemos descansar seguros en el brazo poderoso de Dios, y no vivir en la inseguridad. En las filas adventistas "hablamos" de un complejo de persecución. Nos fascina el estudio de los eventos finales, y constantemente se habla de la crisis de los últimos días. Nos detenemos particularmente en el asunto de cuan terribles van a ser esos últimos días, y la persecución contra el pueblo de Dios ocupa nuestro foco de interés. Por supuesto, debemos estudiar las profecías bíblicas que hablan del fin, debemos prepararnos espiritualmente para esos eventos. Tampoco es malo reflexionar en el hecho de que al pueblo de Dios le esperan días difíciles. Sabemos, como dijo el apóstol, que «es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios» (Hech. 14: 22). Pero no debemos permitir que el temor o el miedo nos traigan inseguridad y desconfianza. Hay algunos que opinan que esas persecuciones y tribulaciones que vendrán sobre el pueblo de Dios van a ser tan severas que corremos el riesgo de no poder resistirlas. No debemos olvidar ni por un momento que el Señor estará al lado de cada uno de sus seguidores, y que debemos tener confianza y seguridad en sus promesas.

Seguridad en la tormenta

Seguridad en la tormenta

Domingo 11 de abril, 2010


Manténganse libres del amor al dinero, y conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: «Nunca te dejaré; jamás te abandonaré» (Hebreos 13:5)

LA INSEGURIDAD de la salvación se origina a veces en interpretaciones equivocadas de ciertas declaraciones bíblicas. Otra declaración que induce a algunos a la inseguridad son las palabras del Señor con respecto a la salvación de los ricos. Después de ver al joven rico que se alejaba triste, Jesús dijo: «Les aseguro —comentó Jesús a sus discípulos— que es difícil para un rico entrar en el reino de los cielos. De hecho, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios» (Mat. 19: 23, 24). Pensamos que esta es una declaración que no afecta a los hijos del Señor. Solo atañe a los que son neos. Decimos, ellos debieran preocuparse porque su salvación es muy difícil, es imposible que un camello pase por el ojo de una aguja. Por supuesto, se trata de una metáfora, una figura del lenguaje, pero no deja de ser una dificultad muy grande. Pensaríamos que la mayoría de nosotros no tenemos problema con esto porque no somos ricos. Pero cuando reflexionamos un poco más en las palabras del Señor, nos damos cuenta que, en realidad, nos involucra a todos, porque, ¡cuántos no quisiéramos ser ricos! Pero la dificultad se encuentra cuando meditamos un poco más, nos damos cuenta que el problema no es la riqueza en sí, sino el amor al dinero, Pablo dice que «es la raíz de toda clase de males» (1 Tim. 6: 10). Y, ¡cuántos se pueden librar del amor al dinero! Así que este problema es universal, y no el de unos pocos. Esto hace que muchos estén inseguros de entrar en el reino de Dios. Meditemos en esto: «Esta tierra es nuestra escuela preparatoria, y mientras estemos aquí enfrentaremos aflicciones y dificultades. Pero estamos seguros mientras nos aferremos al que dio su vida como sacrificio por nosotros» (Alza tus ojos, p. 195).

Confianza en Dios

Confianza en Dios

Sábado 10 de abril, 2010


Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y son pocos los que la encuentran (Mateo 7: 14).

LA SEGURIDAD que tienen todos los cristianos de la salvación es fruto de la justificación. Se supone que el que ha sido justificado es una persona que tiene confianza en Dios, es decir, en lo que el Señor puede hacer por él. Sin embargo, a veces reina la inseguridad entre los hijos de Dios, especialmente en las filas adventistas. Eso puede ser el resultado de abandonar nuestra confianza en Dios y colocarla en nosotros mismos. Como no tenemos plena seguridad de que podamos salvarnos por nuestros esfuerzos personales, nos invade la inseguridad en cuanto a si seremos salvos o no al fin de cuentas. Esta puede ser una señal de que nos hemos apartado del camino correcto, nos hemos desviado a la senda de la justificación propia, lo cual encierra muchos peligros. Pero la inseguridad de la salvación se puede producir por otras razones: una interpretación equivocada de las enseñanzas bíblicas y ciertas declaraciones de Elena G. de White. Por ejemplo, nuestro Señor dijo en conexión con la salvación: «Porque muchos son los invitados, pero pocos los escogidos» (Mat. 22: 14). Algunos razonan, si los que se van a salvar son pocos, tal vez ellos no tengan la oportunidad de salvarse. Pero el Señor hablaba del mundo en general, no de los que ya han sido escogidos. Se piensa que no son muchos los que se van a salvar, sino pocos. Algunos, al darse cuenta de sus imperfecciones y errores, concluyen que tienen pocas probabilidades de salvarse. De este modo, muchos viven una vida de insegundad, siempre piensan en los márgenes escasos que hay para alcanzar la salvación. Por supuesto, la salvación no es un asunto de poco valor. Ha requerido el sacrificio inmenso de Dios para lograrla. Los discípulos le preguntaron al Señor, cierta vez: «¿Quién podrá salvarse? Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, mas para Dios todo es posible» (Mat. 19: 25,26). Por eso debemos descansar en el poder de Dios, no en el esfuerzo humano.

Salvación futura

Salvación futura

Viernes 9 de abril, 2010


El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, ¡unto con él, todas las cosas? (Romanos 8: 32)

LA BIBLIA deja claro que la salvación debe ser \ista como actual, no solo como algo del pasado. La vida cristiana debe ser una vida que rebose de gozo y alegría. Pero el gozo y la felicidad se evaporan ante la inseguridad presente con respecto a la salvación. Esta falta de seguridad trae como resultado inseguridad en el futuro. Muchos cristianos se sienten inseguros con respecto a su salvación futura. Esta inseguridad y falta de confianza hacen que vivan carentes del gozo y la alegría que deben caracterizar la fe. Pero no debiera ser así. Si fuimos salvados por Cristo, quien pagó el precio de nuestra redención, si hemos creído en él y hemos sido rescatados del mal, no debemos tener dudas con respecto al futuro. El porvenir debiera ser visto por el cristiano con certeza y confianza. El aspecto futuro de la salvación es tan importante como lo son el presente y el pasado. Es el futuro el que concreta lo obtenido en el pasado y el presente. Por eso, el énfasis bíblico cae mayormente en este aspecto futuro de la salvación, y de la seguridad que debemos tener: «Y ahora que hemos sido justificados por su sangre, ¡con cuánta más razón, por medio de él, seremos salvados del castigo de Dios!» (Rom. 5: 9). «Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida!» (vers. 10). La salvación futura se conecta con el pasado y el presente. Como Cristo nos reconcilió con su muerte, y somos justificados por tener fe en ese acto redentor, entonces no tenemos por qué tener desconfianza de nuestra salvación futura, ni navegar en la inseguridad respecto de ella. La expresión paulina «con cuánta más razón», es sencillamente extraordinaria. Refleja la seguridad que Pablo tenía y que deseaba que los cristianos tuvieran. No tenemos por qué estar inseguros de nuestra salvación presente y futura.

Salvación presente

Salvación presente

Jueves 8 de abril, 2010


Más bien, mientras dure ese «hoy», anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado (Hebreos 3: 13)

EL RECONOCIMIENTO de que fuimos salvos en el pasado es muy importante para darnos seguridad y confianza en el presente. La redención cnstiana del presente se finca en el pasado. Mientras más firme sea ese pasado, más seguro será el presente. Pero, si fuimos salvos en el pasado, ¿lo somos hoy? Muchos hacen una distinción entre el pasado y el presente cuando se refieren a la salvación. Sí, Cristo vino y me salvó, dicen, pero no estoy seguro de si hoy soy salvo. Muchos creen firmemente en una salvación pasada, pero no tanto en una salvación presente. Su experiencia cristiana actual está llena de inseguridad, por la razón que sea. No ven la relación entre una salvación pasada y una presente. Es muy importante tener seguridad en el presente, porque esta es la base de nuestra seguridad en el futuro. El cristiano debe estar seguro de que hoy es salvo. Notemos estas declaraciones bíblicas: «Me explico: El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios» (1 Cor. 1: 18). «Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos» (Hech. 2: 47). La salvación también es un asunto del presente. Cuando aceptamos a Cristo somos salvados. Cristo nos salva hoy. Su muerte en el pasado le dio la garantía para salvar a todos los que crean en él. Eso ha sido siempre, hasta el día de hoy. Nosotros "somos" salvos tanto como "fuimos" salvos. El presente no se puede separar del pasado, ni el pasado del presente cuando hablamos de salvación. Somos salvos porque él nos salvó. Pero lo más importante es que, cuando nos reconocemos como personas salvas por la gracia de Dios, cuando no tenemos dudas al respecto, nuestra vida se llena de gozo y felicidad. Una vida alegre es una vida digna de ser vivida. Por eso, el cristiano debe ser una persona alegre y feliz: Porque es salvo en Cristo.

Seguridad y confianza

Seguridad y confianza

Miércoles 7 de abril, 2010


Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios (Efesios 2: 8)

OTRA DE LAS IMPLICACIONES que tiene la justificación por la fe en la vida del creyente, es que le imparte confianza y seguridad en su experiencia cristiana. Hay muchos cristianos que se debaten en la inseguridad cuando se trata de la salvación personal. Cuando preguntamos a algunos de ellos si creen que van a ser salvos, sus respuestas reflejan inseguridad e incertidumbre. Unos dicen que no saben si lo serán, porque no quieren aparecer presuntuosos. Otros responden con vacilaciones, porque quieren mostrar humildad. Y hay otros que de plano no están seguros. Como la salvación se considera normalmente un asunto del futuro, es obvio que algunos no quieran anticipar nada. Lo que se nos olvida es que la salvación se puede expresar en tres tiempos: Fuimos salvados, somos salvos y seremos salvos. Para cada uno de ellos tenemos declaraciones bíblicas contundentes. Pablo dice: «Porque en esa esperanza fuimos salvados» (Rom. 8: 24). «Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia» (2 Tim. 1: 9). Es evidente que para el apóstol Pablo la salvación era un asunto del pasado. Cuando Cristo murió en la cruz nos redimió del mal y del pecado. Él pagó nuestra deuda. Dio el rescate de nuestra salvación. Fuimos salvados por la gracia de Dios. Estaba plenamente convencido de ese acto salvador que se vinculaba con la muerte de Cristo. Es muy importante que nosotros estemos convencidos también de ese hecho. El apóstol Pedro lo estaba: «Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto» (1 Ped. 1:18, 19). Ese hecho del pasado es extremadamente importante para darnos la seguridad que debemos tener en el presente.

Embajador de la reconciliación

Embajador de la reconciliación

Martes 6 de abril, 2010


Oren también por mí para que, cuando hable, Dios me dé las palabras para dar a conocer con valor el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas (Efesios 6: 19, 20)

UNO DE LOS RESULTADOS DE ESTAR en paz con Dios, de sentirnos reconciliados con Dios, es tener la necesidad de compartir con otros la alegría de esa paz que gozamos. A causa de que esta reconciliación divina no se hizo con nosotros nada más, sino que es una reconciliación universal (2 Cor. 5: 19), quienes conozcan ese hecho deben compartirlo con los demás. De ahí surge el imperativo divino de ir y proclamar las buenas nuevas de salvación a los que no las conocen. Por eso dice Pablo que Dios «nos dio el ministerio de la reconciliación» (2 Cor. 5: 18). Hay millones de personas que no saben que el Creador se ha reconciliado con ellas. Viven, como dice Pablo, «sm esperanza y sin Dios en el mundo» (Efe. 2: 12). Él quiere que ellas sepan, y por eso nos ha dado la encomienda de ir a comunicarlo. Así que debemos ser «embajadores de Cristo» que lleven el mensaje de la paz con Dios (2 Cor. 5: 20). De hecho, el Señor nos encargó «el mensaje de la reconciliación» (vers. 19). Pero dar el mensaje de la reconciliación no es solo ir a decirle a la gente que Dios ya no es su enemigo, que se ha reconciliado con la humanidad y que nos mira con buenos ojos. Implica decirles también que para que esa reconciliación sea efectiva y valga la pena, pues fue conseguida con un sacrificio muy grande, necesitan reconciliarse a su vez con Dios. Añade el apóstol: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios» (vers. 20). Debe ser un gran honor para el cristiano sentirse un embajador de Cristo que lleva las buenas nuevas de la reconciliación. Meditemos en estas palabras: «A los siervos del Omnipotente se les ha concedido el exaltado privilegio de manifestar el carácter divino mediante el compromiso desinteresado en el esfuerzo por rescatar a los pecadores del abismo de la ruina a la cual han sido arrastrados» (Recibiréis poder, p. 168).

Paz con los demás

Paz con los demás

Lunes 5 de abril, 2010


Porque Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba (Efesios 2: 14)

ESTA RECONCILIACIÓN Y PAZ que gozamos con Dios, y que permea nuestra vida interna, debe también proyectarse en nuestras relaciones sociales. Porque el cristiano no solo está en paz con Dios y tiene paz interior, sino también debe estar en paz con sus semejantes. Frecuentemente, esto es lo más difícil de lograr cuando se habla de la doc-tnna de la reconciliación. Pero si estamos reconciliados con Dios, no es posible que tengamos enemistad con nuestros semejantes. La paz del Señor que llena nuestra alma debe extenderse hacia los demás. Resulta incomprensible que alguien se reconcilie con Dios y no pueda perdonar a su hermano. No se puede entender cómo alguien pueda decir que está reconciliado con Dios, y sin embargo discuta con los demás. Cuando creamos barreras, nuestros prejuicios nos separan de los demás, cuando sentimos menosprecio o desprecio hacia otros seres humanos, expresamos que no estamos reconciliados con Dios. Es una manera de decir que la paz con el Señor solo es una ficción en nuestra vida. Por supuesto, estar en paz con los demás nunca depende de una sola persona. Las relaciones sociales son de doble vía. Podemos reconciliarnos con otros solo en la medida que ellos se quieran reconciliar con nosotros. Es como la reconciliación divina con el ser humano. Dios se acerco al hombre. Ya el Señor no es nuestro enemigo. Pero si nosotros no nos reconciliamos con él, de nada sirve. Es importante que se busque la reconciliación, porque Dios la buscó primero. Así debemos hacerlo nosotros. Cuando alguien busca la paz, es probable que la encuentre primero que aquel que no la busca. Por eso dice la Biblia que Dios nos reconcilió consigo, más allá de si lo aceptamos o no. Esta es la razón por la que el apóstol dice: «Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos» (Rom. 12: 18).

Paz interior

Paz interior

Domingo 4 de abril, 2010


En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte (Colosenses 1: 21, 22)

OTRA DE LAS IMPLICACIONES QUE LA JUSTIFICACIÓN tiene en la vida del creyente, es que este tiene conciencia íntima de estar reconciliado con Dios. Antes vivíamos una vida de enemistad con el Señor; era nuestro enemigo. Ahora estamos en paz con él. Dios es nuestro amigo; y más que eso, es nuestro Padre que nos ama y cuida. La paz con él es uno de los resultados de la justificación: «En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5: 1). Esta paz significa reconciliación: «Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo» (2 Cor. 5: 18). «En Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo» (vers. 19). Como resultado de esta reconciliación con el Señor, no solo estamos en paz con él, sino que estamos en paz con nosotros mismos. Los sentimientos de culpabilidad ya no nos aquejan. Los complejos de diversa naturaleza quedan atrás. Ya no nos sentimos ni el centro del universo ni gusanos miserables. Sin embargo, sabemos que tenemos gran valor para Dios, porque dio a su Hijo para redimirnos. Somos hijos del Rey del universo, los hijos de los reyes de este mundo no nos inquietan ni son nuestro ejemplo. La Estrella de la mañana ha amanecido en nuestro corazón, las así llamadas estrellas de este mundo no nos deslumhran. No nos sentimos grandes delante de los pequeños, ni pequeños delante de los grandes. No envidiamos a los ricos, porque somos herederos y coherederos con Cristo. Tenemos paz interior. Esto hace que la vida del cristiano sea una vida de contentamiento personal. El cristiano no envidia la suerte de otros, ni pretende tener lo que otros poseen. Conocer a Cristo es gran ganancia: «Es cierto que con la verdadera religión se obtienen grandes ganancias, pero solo si uno está satisfecho con lo que tiene» (1 Tim. 6: 6).

La Vida del Espíritu

La Vida del Espíritu
Sábado 3 de abril, 2010
Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Rom 8:12,13
EL CREYENTE ES UNA PERSONA NUEVA, liberada por Cristo para vivir una vida diferente, es legítimo que se pregunte: ¿cómo debe ser la vida de una persona redimida? ¿cómo debe vivir el que es un hijo de Dios? ¿cómo una persona que ha sido controlada por el mal, puede vivir una vida nueva en total oposición a la vida antigua que llevaba? ¿cómo es eso posible? De acuerdo al apóstol Pablo, el creyente vive la vida del Espíritu. Es una vida caracterizada por la presencia del Espíritu Santo y controlada por él. Notemos: ¨En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la *naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu¨ Rom 8:3,4. ¨Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu¨ (vers 5). ¨Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios¨ ( vers 8). ¨Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo¨ (vers 9). ¨Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios¨ (vers 14). Dios envía su Espíritu no solo para iniciar el proceso de la salvación en las personas, sino también con el propósito de capacitarlas para vivr una vida en armonía con el carácter de Cristo. Fijémonos en estas interesantes palabras: ¨Por el Espíritu llega a ser el creyente partícipe de la naturaleza divina. Cristo a dado su Espíritu como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia¨ (El Deseado de todas las gentes, Pág 625).

Libres para amar

Libres para amar
Viernes 2 de abril, 2010

¨Por eso dejará el hombre a su padre ya su madre, y se unirá
a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo¨. Efesios 5:17

LA SEGUNDA ILUSTRACION QUE PABLO usa para indicar que el pecado, que antes nos dominaba, ya no debe regir nustras vidas, es la relación matrimonial. Notemos sus palabras: ¨Por ejemplo, la casada está ligada por ley a su esposo sólo mientras éste vive; pero si su esposo muere, ella queda libre de la ley que la unía a su esposo. Por eso, si se casa con otro hombre mientras su esposo vive, se le considera adúltera. Pero si muere su esposo, ella queda libre de esa ley, y no es adúltera aunque se case con otro hombre¨ (Rom 7:2,3). En este texto, Pablo parece hablar de la relación del cristiano con la ley, no con el pecado. Pero al leer más profundamente, nos percatamos que también habla de la relación con el pecado, pues el pecado viene por causa de la ley. La ley hace que el pecado florezca, y que los individuos se den cuenta de cuan pecaminosos son. Sin la ley, el pecado está muerto, nos dice el apóstol. En la ilustración la mujer está obligada a obedecer a causa de la ley que rige la relación conyugal con su marido. La mujer no es libre para casarse con otro mientras el esposo viva. Pero si este muere, la mujer es libre para casarse con quien quiera. De este modo, dice Pablo, el ser humano estaba obligado a obedecer al pecado por causa de la ley que lo sometía. Pero cuando Cristo vino, nos liberó de la ley del pecado y de la muerte, convirtiéndonos en seres libres para elegir a nuestro nuevo esposo. La idea es la misma: Cristo nos hace libres. El llega a ser, nuestro nuevo marido, a quien debemos lealtad y devoción. Si no lo hiciéramos, estaríamos en adulterio espiritual. Antes estabamos casado con un esposo cruel que nos maltrataba y que hacía su voluntad en nosotros. Pero murió. Cristo vino, sepultó nuestros pecados, y nos hizo libres. Independientes para amarlo con devoción y lealtad inquebrantables.

Esclavos de Cristo

Esclavos de Cristo
Jueves 1 de abril, 2010

Así que si el Hijo los libera, serán ustedes
verdaderamente libres
. Jn 8:36

PARA MOSTRAR EL HECHO de que somos hijos de Dios y libres del poder del mal, el apóstol Pablo usa dos ilustraciones que eran muy importantes en sus días, aunque no tanto en los nuestros. En primer lugar, Pablo enseña la nueva vida que el cristiano vive bajo la gracia de Dios por medio de la liberación de la esclavitud. Esta casi desconocida en nuestros días como institución social, era el fundamento económico del Imperio Romano en tiempos de Pablo. Pagar a las personas para que trabajaran, no era muy común en aquellos días. Lo usual era tener esclavos que hicieran gratis los trabajos que estaban debajo de la dignidad de un ciudadano. En aquel mundo había dos clases de personas: Los libres y los esclavos. Había leyes estrictas que regían la vida de los siervos. Estos estaban a la entera disposición de sus amos. Aun sus vidas estaban en manos de ellos.Les debían obediencia incondicional, y fuertes castigos aguardaban a los desobedientes. El esclavo no tenía pensamiento propio, era regido por las órdenes de su amo. En un sentido real, el pecado presente en nuestra naturaleza carnal, era nuestro amo. Le debíamos obediencia. Se enseñoreaba de nosotros. No podíamos hacer otra cosa que seguir sus órdenes. Pero cuando conocimos el evangelio, supimos que había alguien que nos podía emancipar de esa esclavitud terrible. ¨Pero gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia¨. (Rom 6:17, 18). Según las leyes romanas, los esclavos podían alcanzar la liberación de dos maneras: mediante la voluntad del propio amo o que alguien pagara el precio de su liberación. Cristo pagó el precio de nuestra libertad, y ya no somos siervos del pecado. Nuestro nuevo amo es Cristo. A él es a quien debemos obedecer.

Vivamos lo que somos

Vivamos lo que somos
Miercoles 31 de marzo, 2010

Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna.
Rom 6:22

CUANDO NOS DAMOS CUENTA de que somos libres del mal, y que estamos bajo el dominio de Dios, empezamos a actuar en armonía con la nueva hegemonía a la que pertenecemos. Nuestra vida cambia y comenzamos a praticar la justicia, que es la norma de Cristo. Los frutos de esta nueva vida se dejan ver: Llegamos a ser santos porque entramos en la senda de la comunión con Dios. Esta nueva ruta que tomamos es la ruta que conduce a la vida eterna. La senda anterior conducía a la muerte eterna. Todos los imperativos de la vida cristiana tienen una finalidad: Vivir lo que somos. Sean justos, porque Dios nos llamó a la justicia; sean santos porque Dios nos llamó a la santidad; sean buenos porque Dios nos llamó a la bondad; obedezcan los mandamientos, porque Dios nos llamó a la obediencia. Estamos en un nuevo camino, debemos vivir en armonía con ese camino. Pertenecemos a un nuevo reino; vivamos en armonía con lo que ese reino representa. Somos hijos de Dios; vivamos como tales. El apóstol lo hace claro: ¨ni presentéis los miembros de vuestro cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia¨ (Rom 6:13). Todos estos imperativos nos hablan de la fragilidad del ser humano. Hemos sido deteriorados por el mal. El pecado nos ha incapacitado para amar y seguir el bien. Naturalmente no estamos inclinados a buscar a Dios. La justicia de su reino no la asimilamos facilmente. Al andar en los caminos de Dios vamos en contra de la corriente. De allí que Dios nos invita, nos llama, nos anima, nos capacita; de allí que fallamos y representamos mal al Dios que servimos. Pero Dios nos dice: ¨Recuerden, ustedes ya no son así. Son siervos de la justicia; son hijos de Dios; vivan lo que son¨.

Siervos Todavía

Siervos Todavía
Martes 30 de marzo, 2010
Porque de la manera que presentasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, para iniquidad, así ahora presentad vuestros miembros como esclavos a la justicia, para santificación. Rom 6:19

EL HECHO DE SER LIBERADOS del poder pecado, no significa que nunca más vamos a cometer una falta o caer en un pecado. La liberación es del dominio del mal en la vida, no de la posibilidad de pecar. Notemos las palabras del apóstol Pablo: ¨Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias¨ (vers 12). Antes de conocer a Cristo pensábamos que lo normal era ser como éramos. Vivir como vivíamos era para nosotros el modo común y natural de vivir. Pensábamos que lo que hacíamos era lo normal. Pero al relacionarnos con Cristo, cambia nuestra manera de ver las cosas. Ahora vemos que hay otra manera de vivir; otra manera de ser. Se abre delante de nosotros la posibilidad de vivir una vida diferente. Ya el pecado no se apodera de nuestra vida; no reina más, ni somos más sus súbditos leales ante quien tenemos que inclinarnos en obediencia ciega. Ese dominio se rompió. Cristo lo eliminó. Pero esta liberación del pecado trae un nuevo estatus y condición. Antes éramos esclavos de Satanás; ahora somos esclavos de Cristo. Antes éramos siervos del pecado; ahora somos sirvos de la justicia. Pablo lo ilustra bien: ¨y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia¨ (Rom 6:18). En el mundo solo existen dos poderes: el bien y el mal. existen solo dos señoríos: el de Cristo y el de Satanás. No hay terrenos medios, ni medias aguas. No hay neutralidad. Cuando Cristo nos libera llegamos a ser de él. Al llegar a ser suyos, el dominio del mal se rompe, y ahora somos aliados de la justicia. Ese es el indicativo: somos libres del mal, y por ese mismo hecho, ahora somos siervos de la justicia. Ya no tenemos que vivir a la manera antigua. De allí viene el imperativo: vivamos como se vive la vida en Cristo.

Libres al Fin

Libres al Fin
Lunes 29 de marzo, 2010
Pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia. (Rom 5:20)

UNA DE LAS PRIMERAS COSAS que trae a nuestra vida la relación con Cristo, es un cambio de perspectiva. Cuando hemos recibido la declaración de imputación de la justicia de Cristo, comenzamos a experimentar un nuevo enfoque de nuestra vida. Dice el apóstol: ¨¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Por tanto, hemos sido sepultados con El por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida¨ Rom 6: 2-4 Es claro que cuando una persona acepta a Cristo, lo acepta para que gobierne su vida. Así que lo primero que Cristo hace por el justificado, es inducirlo a vivir una vida distinta. Una vida guiada por Dios, libre de la esclavitud de nuestra vida pasada. Sigue diciendo el apóstol: ¨sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con El , para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado¨ (ver 6). Se abre delante de nosotros una nueva perspectiva de vida; ya no tenemos que ser esclavos de nuestros vicios y pasiones. Ese yugo ha sido roto. Las cadenas del pecado han sido destruidas. hemos sido emancipados por Cristo para vivir una vida distinta a la que vivíamos antes. La razón básica que sustenta esta nueva manera de ver las cosas, es que Cristo nos ha liberado de las garras del mal. Es como si hubiesemos muerto al pecado: ¨Así también vosotros, consideraos muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús¨ (ver 11). Lo interesante de esto es que cuando Cristo nos libera de las garras del mal, nos da una nueva perspectiva de las cosas; tenemos una nueva cosmovisión. Abre delante de nosotros un nuevo camino. El panorama de nuestra vida se transforma. Estamos en contacto con un Cristo viviente que influye en nuestra vida para bien.

El poder de la influencia

El poder de la influencia

Domingo 28 de marzo, 2010

Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu (2 Corintios 3: 18)

UN ASUNTO TAN TRASCENDENTAL como es el plan de salvación, tiene que tener implicaciones profundas en la vida de los que se acogen a él. Como este plan implica una relación personal, es imposible que el ser humano no salga afectado por ella. La relación es con la persona de Cristo. Es imposible que tengamos una relación personal con él, y que no salgamos influidos por lo que él es. Se dice que un pensador griego dijo una vez: «Soy una parte de todos aquellos a quienes he conocido». Tratar con personas nos afecta de una forma u otra. Es una gran verdad que «hay misteriosos vínculos que ligan las almas, de manera que el corazón de uno responde al corazón del otro» (Consejos para maestros, padres y alumnos, p. 211). Una vez que nos hemos relacionado con alguien, ya no seremos los mismos de antes. Se nos dice: «Cada acto de nuestra vida afecta a otros para bien o mal. Nuestra influencia tiende a elevar o a degradar; es sentida por otros, hace que los demás obren impulsados por ella, y en un grado mayor o menor es reproducida por otros» (Consejos sobre la salud, p. 418). Esto que llamamos el poder de la influencia, es especialmente cierto en lo que respecta a nuestra relación con Cristo. Cuando conocemos a Cristo y su esfuerzo salvador, cuando intimamos con él y llega a ser un amigo personal, se convierte en una influencia poderosa en nuestras vidas. Su manera de ser y de pensar nos va a afectar profundamente. Si en verdad lo conocemos, ya no seremos los mismos. Por el hecho de conocer el evangelio de Cristo y aceptar su ofrecimiento, hemos caído bajo la influencia de su vida. Esa vida nos va a cambiar para bien. No puede ser de otra manera. Creer en él nos ha colocado bajo la esfera de su influencia. Por eso vamos a considerar cuáles son las implicaciones que tiene para el ser humano ser objeto de la gracia de Dios. Eso lo consideraremos en los días que siguen. Que el Señor nos permita ser transformados a su image

Entrega constante

Entrega constante

Sábado 27 de marzo, 2010

Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante (Filipenses 3: 13)

EN EL PLAN DE SALVACIÓN no es suficiente que hayamos entregado tan solo una vez nuestra voluntad a Dios. Debemos hacerlo continuamente, como demostración de que nuestra decisión no ha cambiado. Puesto que somos libres para cambiar de opinión y deseo, Dios quiere que cada día le permitamos intervenir en nuestra vida. Haberlo hecho una vez en el pasado, no es ninguna garantía en seres que son libres para pensar y actuar. Muchos cristianos que comenzaron bien la carrera cristiana, después de un tiempo se convierten en personas que se enorgullecen de sus obras buenas y piensan que estas les garantizan la salvación. Hay otros que piensan que deben hacer algo para ganar la salvación, y luchan denodadamente para demostrar a Dios el deseo que tienen de ser salvos. Aun hay otros que luchan por ser buenos, y cuando no lo logran plenamente, se frustran y piensan que la salvación es muy difícil de conseguir, y albergan dudas de si alguna vez podrán estar en el reino de Dios. Cuando recordamos lo maravilloso que es Dios, que ha provisto todo para nuestra salvación, cuando nos esforzamos por entregarle cada día nuestra voluntad, cuando confiamos en que somos sus hijos y nunca nos abandonará, desaparecen las preocupaciones con respecto a la salvación personal. Si la salvación personal descansara en el esfuerzo humano, entonces sí deberíamos preocuparnos. Porque el esfuerzo humano es frágil, somos débiles, nuestra tendencia es mala, nuestra comprensión es limitada. Somos incapaces de hacer el bien consistentemente; y cuando lo hemos hecho, lo saturamos de orgullo y motivos egoístas. Pero gracias a Dios que él ha hecho una provisión amplia, que solo debemos aceptar y ser humildes. No podemos agregarle nada. Se nos recuerda: «Este manto, tejido en el telar del cielo, no tiene un solo hilo de invención humana» (Palabras de vida del gran maestro, p. 253).

¿Cuánto crédito tenemos?

¿Cuánto crédito tenemos?

Viernes 26 de marzo, 2010

Por lo tanto, hermanos, esfuércense más todavía por asegurarse del llamado de Dios, que fue quien los eligió (2 Pedro 1: 10)

RENDIR NUESTRA VOLUNTAD A DIOS y aceptar las provisiones que ha hecho para nuestra salvación, es lo único que nos toca hacer. Esto consiste en darle a Dios permiso para que actúe en nuestra vida. Cuando lo hacemos, él nos llevará paso a paso a la Canaán celestial. Todo el crédito es suyo. El ser humano solo accede. Frecuentemente se levanta la pregunta sobre cuál es el papel de la voluntad humana en el plan de salvación. Citamos comúnmente el refrán popular: «Dios dice: "Ayúdate que yo te ayudaré"». Con esto queremos decir que debemos esforzarnos al máximo para ser salvos; y cuando ya no podamos, entonces Dios viene en nuestra ayuda. Para esta mentalidad, la salvación es algo así como tres cuartos de crédito al ser humano y un cuarto de crédito a Dios. Otros, exagerando una ilustración conocida, dicen que la salvación es como remar un bote de dos remos. En un lado está Dios y en el otro lado el ser humano. Para llegar al puerto de la salvación, tenemos que remar parejo con Dios. Esto parece dar un cincuenta por ciento del mérito a Dios, y el otro cincuenta al hombre. Aunque se le da un poco más de crédito a Dios, todavía es solo la mitad del esfuerzo. Sin embargo, la salvación es, de principio a fin, una obra de la gracia de Dios. No hay nada que podamos hacer para obtenerla solos o asociados. Ni siquiera la fe, que es el brazo del Omnipotente, es creación nuestra. No contribuimos en nada, salvo en nuestra aceptación de las provisiones de la gracia de Dios. Y eso porque somos seres libres y Dios no nos puede llevar al cielo en contra de nuestra voluntad. Se nos dice: «¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de hacer por sí mismo» (Testimonios para los ministros, p. 464)

¿Cuál es el mérito?

¿Cuál es el mérito?

Jueves 25 de marzo, 2010

Y si es por gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería gracia (Romanos 11: 6)

SE HA ESTUDIADO LA DINÁMICA de la justificación, es decir, cómo funciona en la vida práctica el hecho de ser justificados por Dios. Lo hicimos con el propósito de determinar cuál es la parte que los seres humanos deben desempeñar en el proceso. Porque, aunque la justificación se puede dar en un instante, hay un proceso mental que nos lleva a ella. Hemos visto que para alcanzar la justificación debemos tener convicción de pecado. Es decir, reconocer nuestra condición y nuestros actos pecaminosos. Vimos que no podríamos hacerlo si no fuera por el Espíritu Santo, que produce este convencimiento. Consideramos el asunto de la fe, y vimos que es un don de Dios que nos capacita para creer que Jesús nos puede ayudar. También vimos que junto con la convicción de pecado, viene la contrición, que es el dolor que se experimenta cuando nos damos cuenta de que hemos pecado contra Dios, esto también lo produce el Espíritu de Dios en el corazón humano. Luego consideramos que el Espíritu nos lleva al arrepentimiento; y que si no fuera por él, caeríamos en un arrepentimiento falso. Hablamos de la confesión, que es la obra divina que nos ayuda a emanciparnos del pecado y a solucionar el pernicioso complejo de culpa. Finalmente, discurrimos sobre el perdón y lo maravilloso que es tener a un Dios que perdona cualquier pecado, y nos limpia del mal. Allí, sin embargo, reñexionamos sobre el pecado que Dios no puede perdonar, y lo que eso significa en la experiencia humana. Al hacer esta síntesis, nos damos cuenta de que Dios es el que produce todo. Para que el ser humano pudiera ser redimido, Dios tenía que buscarlo; como el hombre no puede volver a Dios por sí solo, el Señor tiene que habilitarlo; como no tenía con qué pagar la deuda, Dios se la perdona. ¿Cuál es, entonces, nuestra responsabilidad? ¿Qué es lo que los seres humanos tenemos que hacer? Hay una sola cosa que tenemos que hacer: Aceptar lo que Dios nos da y rendir nuestra voluntad a él.

El punto de no retorno

El punto de no retorno

Miércoles 24 de marzo, 2010

¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha profanado la sangre del pacto por la cual había sido santificado, y que ha insultado al Espíritu de la gracia? (Hebreos 10:29)

MUCHOS ESTAMOS familiarizados con personas que una vez estuvieron en la iglesia, se apartaron, pero después regresaron al redil. No fue imposible para ellos arrepentirse de su descarrío y volver. Lo que sucede es que en este pasaje se habla de apostatar de Cristo, no de la iglesia o de alguna doctrina. Se refiere a los que dan la espalda a Cristo después de haber sido iluminados. Los individuos que se apartan de una comunidad religiosa o dejan de creer en alguna doctrina o punto de vista teológico, no necesariamente se apartan de Cristo. Puede ser que se cambien de una denominación cristiana a otra, por razones doctrinales o teológicas, pero eso no implica darle la espalda al Salvador. De acuerdo a Pablo, es muy diferente lo que sucedía en tiempos apostólicos. Entonces había muchos judíos que se habían convertido a la fe cristiana, muchos de ellos eran antiguos fariseos o sacerdotes convertidos. Abrazaron la fe cristiana y experimentaron las bendiciones de la nueva era traída por Cristo. Luego vinieron problemas, dificultades y persecuciones a causa de su fe, y algunos se desanimaron de haberse hecho cristianos. Tenían ahora la tentación de volver al judaismo, de donde habían salido. El autor los amonesta a no apostatar de la fe cristiana, porque si lo hacían, nunca volverían a ella. Pareciera que hay un punto en la vida de cada ser humano que lo podríamos llamar «el punto de no retorno». Es una situación en la que no podemos dar marcha atrás. Es algo similar a lo que ocurre con los aviones: cuando van a despegar, llega un momento cuando no pueden abortar el despegue. Se lo considera el punto de no retorno. Del mismo modo, en la vida espiritual del apóstata hay un momento cuando, preso por circunstancias y por el propio pensamiento, no quiere ni puede volver al Cristo que conoció. Esto, también, es el pecado imperdonable.

El arrepentimiento imposible

El arrepentimiento imposible

Martes 23 de marzo, 2010

Cuando la tierra bebe la lluvia que con frecuencia cae sobre ella, y produce una buena cosecha para los que la cultivan, recibe bendición de Dios. En cambio, cuando produce espinos y cardos, no vale nada; está a punto de ser maldecida, y acabará por ser quemada (Hebreos 6: 7, 8)

EL PECADO IMPERDONABLE, también llamado pecado contra el Espíritu Santo, no es una acción contra el Espíritu, sino una serie de acciones que consiste en un rechazo constante del llamado que él hace a la conciencia; como es el desprecio del esfuerzo divino para despertar la conciencia de una persona y llamarla al arrepentimiento, no tiene perdón. Es, en realidad, una ofensa contra Dios, pero que se asocia con su Espíritu, porque es este el que guía y conduce a la salvación. En la Epístola a los Hebreos encontramos que este mismo pecado se menciona de un modo diferente, pero que nos puede ayudar a entender un poco mejor sus implicaciones: «Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado» (Heb. 6: 4-6). Aquí, el autor de Hebreos trata con un pecado del cual no hay arrepentimiento. Es similar al anterior en el sentido que quienes lo experimentan no sienten arrepentimiento. Pero se diferencian en que, en el primero, se rechaza al Espíritu que llama al arrepentimiento; en este se rechaza al Espíritu después de haber sido guiado al arrepentimiento. Es decir, este caso es un asunto de apostasía. La persona fue iluminada por el Espíritu Santo, saboreó el don celestial, fue guiada por el Espíritu de Dios, estudió y experimentó el poder de la Palabra de Dios y gozó los poderes del mundo venidero, pero después se apartó. Al hacer esto, crucificó de nuevo a Cristo, y lo expuso a la vergüenza pública. De acuerdo al texto, es imposible que los tales se arrepientan. Por lo tanto, tampoco hay perdón.

El pecado imperdonable

El pecado imperdonable

Lunes 22 de marzo, 2010

Les aseguro que todos los pecados y blasfemias se les perdonarán a todos por igual, excepto a quien blasfeme contra el Espíritu Santo. Este no tendrá perdón jamás; es culpable de un pecado eterno (Marcos 3: 28, 29)

EN MEDIO DE TODAS ESTAS PROMESAS de perdón y seguridad, resulta incomprensible, por lo menos para algunos, que haya un pecado que Dios no pueda perdonar. El Señor dijo lo siguiente: «Y todo el que pronuncie alguna palabra contra el Hijo del hombre será perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón» (Luc. 12: 10). ¿En qué consiste este pecado contra el Espíritu Santo que no puede ser perdonado por Dios? ¿No puede el Espíritu Santo llevar a una persona al arrepentimiento por haber hablado contra él? ¿Qué implica este pecado que un Dios perdonador no pueda perdonar? El contexto de la declaración del Señor en el Evangelio de Mateo es que los fariseos, que presenciaron la sanidad de un hombre que estaba endemoniado, dijeron que él expulsaba los demonios por el poder del principe de los demonios, no por el Espíritu Santo. Rechazaron la evidencia que se les dio, y rechazaron al Espíritu de Dios que los quería convencer del mesianismo de Jesús. Así que nos damos cuenta de que la blasfemia contra el Espíritu no es un acto pecaminoso, sino una actitud. Las personas, ante la evidencia que el Espíritu da, la rechazan y la atribuyen a Satanás. En eso consiste la blasfemia contra el Espíritu, en rechazar persistentemente el llamado del Espíritu Santo. ¿Puede Dios perdonar eso? No puede. Dios llama, pero no puede forzar a nadie. Dios invita, pero no puede obligar a que se acepte su invitación. Quienes rechacen persistentemente los llamados de la misericordia divina, finalmente se perderán. Dios, el Todopoderoso, ha decidido que no obligará a nadie a hacer algo contra su voluntad. Dios decidió darnos esa libertad, y la respetará hasta el fin.

El perdón

El perdón

Domingo 21 de marzo, 2010

He disipado tus transgresiones como el rocío, y tus pecados como la bruma de la mañana. Vuelve a mí, que te he redimido (Isaías 44:22)

LA CONFESIÓN SINCERA LLEVA FINALMENTE al perdón, que, es sinónimo de justificación. Como resultado de estos pasos anteriores, Dios ha prometido perdonarnos. Es recorfontante y animador saber que cuando vamos a Dios en busca de una solución para nuestro pecado, nos encontramos con un Dios perdonador. Por eso, el salmista se alegraba cuando decía: «Pero en ti se halla perdón» (Sal. 130: 4). No hay nada más devastador para el pecador, que llegar a la conclusión de que su pecado no tiene solución, y que Dios no puede perdonarlo. Si hay algo que resulta claro como el agua cristalina, es que el Dios de la Biblia se complace en el perdón El perdón divino es total y exige pocas condiciones. La Palabra de Dios nos asegura el perdón completo y absoluto de parte de Dios. El Señor usa algunas metáforas y analogías para asegurarnos que él se complace en el perdón de sus hijos. Dice el profeta: «¿Qué Dios hay como tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo?» (Miq. 7: 18). «Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente» (Sal 103: 12). «Yo soy el que por amor a mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más de tus pecados» (Isa. 43: 25). «Vengan, pongamos las cosas en claro —dice el Señor—. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!» (Isa. 1: 18). Por eso, resulta intrigante que haya personas que piensen que Dios no las puede perdonar. Sí, lo que resulta increíble es que Dios perdone todos nuestros pecados, no importando cuáles ni cuántos hayan sido. Alguien podría decir que es demasiado bueno para ser cierto. Pero eso es lo que la Biblia nos dice. A esto fue para lo que vino Jesús. El ángel dijo que le pondrían por nombre Jesús, «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1: 21).

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